SI ESTAMOS PREPARADOS
Durante los años que estudié en la Universidad tuve oportunidad de asistir a muchos cursos que formaban parte de mi formación profesional. En cada curso, el profesor se esmeraba por enseñarnos el contenido de su materia, agregando al contenido de sus clases, ejercicios de aplicación de los conocimientos transmitidos. Al final del curso debíamos salvar una prueba práctica donde debíamos resolver problemas similares a los resueltos durante el curso.
En casi todos los casos, los ejercicios planteados en la
prueba práctica —que era eliminatoria— consistían en casos donde bastaba con
conocer el método de resolución de un problema similar visto en clase y
aplicarlo sobre datos nuevos. Había sí que usar un poco de ingenio, pero si el
alumno se había preocupado por seguir, durante el año, las indicaciones que el
profesor daba no tenían mayores dificultades en salvar la prueba.
Existía, sin embargo, una materia que escapaba a esa lógica.
Era la materia “maldita” pues el profesor de ella se empecinaba en plantear
problemas que nada tenían que ver con los vistos durante el curso. El examen
era un escollo difícil de vencer y causaba terror entre los estudiantes.
Parecía una arbitrariedad de su parte y ciertamente aquel profesor contaba con
pocos simpatizantes entre sus alumnos. Después de perder el examen la primera
vez que me toco darlo, me animé a consultarlo y, con mucha delicadeza, le
inquirí el motivo de su proceder.
“Uds. los alumnos están muy acostumbrados a enfrentar
problemas ya digeridos”, me manifestó. “Los ejercicios de examen ya tienen
todos los datos en la letra, el método se lo saben de memoria porque ya han
hecho decenas de ejercicios iguales, y basta que repitan las fórmulas el día de
la prueba para que la salven.”
Después de una breve pausa, continuó diciendo: “La vida
profesional no es así. Cuando Uds. se hayan graduado van a enfrentarse a
problemas nuevos, muy diferentes de los teóricos que pudieran haber visto
durante sus estudios universitarios. Las situaciones en la vida real se
presentan sin una lista de datos; tendrán que fabricarla, decidir cuáles se
necesitan, y si no pueden conocer sus valores, tendrán que estimarlos en base a
su experiencia. Deberán usar los conocimientos y principios que aprendieron en
la Facultad y aplicarlos usando su creatividad, buscando una y otra vez la
solución, a veces sin más motivación que su fe en la profesión y la confianza
en su propia capacidad para llegar al éxito. Si yo les simplifico la vida ahora,
hallarán el terreno de su profesión mucho más escabroso y les estaré
boicoteando vuestro progreso.”
Los años han pasado y he comprobado la verdad de sus
palabras una y otra vez, no sólo en mi actividad profesional, sino en todos los
aspectos de la vida.
Podemos leer muchos libros sobre la paternidad, pero nada
prepara mejor a una persona para ser padre que el tener hijos y criarlos. Un
joven o una jovencita podrá tener una idea bastante aproximada de lo que
significa ser un buen cónyuge, pero sólo después de contraer nupcias aprenderá,
con las lecciones de la propia vida, que en el matrimonio dar es ganar, amar
significa muchas veces sufrir, privarse, saber disculparse y saber perdonar, y
que, dentro de él, el egoísmo no tiene cabida. Nuestra natural aversión al
dolor nos priva de valorar su verdadera utilidad hasta que la vida nos enseña
que es en medio de los dolores que más podemos acortar la distancia que nos
separa de Dios.
En todas estas cosas y, en realidad, en todos los aspectos
de nuestro estado terrenal, el buscar conocimiento es necesario; el recibir
instrucción de nuestros mayores, de nuestros líderes y de las propias
Escrituras también lo es; pero la mera intelectualización del conocimiento, la
simple acumulación de saberes no alcanza para proveernos del progreso
imprescindible para alcanzar las alturas de la felicidad plena “hoy” y en la
vida venidera, la exaltación. Se requiere más que conocimiento de nuestra
parte: se requiere alcanzar sabiduría.
Nefi enseñó las Escrituras a su pueblo. Lo hizo para que
fuera un pueblo más instruido. Pero enseñó de una manera particular. Buscó que
el pueblo aplicara el conocimiento adquirido a sí mismo, para su provecho e
instrucción1. El sabio es sabio no sólo porque conoce sino porque,
además, sabe cómo usar su conocimiento; luego va y aplica su conocimiento en
provecho propio...
Es indudable que para aplicar un conocimiento es necesario
primero adquirirlo. En ello consiste la importancia de la preparación. Las
Escrituras nos exhortan a buscar la preparación que necesitamos para salir
victoriosos de nuestro estado mortal.
“Os digo estas cosas a causa de vuestras oraciones; por lo
tanto, atesorad sabiduría en vuestro seno, no sea que la maldad de los hombres
os revele estas cosas por medio de su iniquidad, de una manera que retumbará en
vuestros oídos con una voz más fuerte que la que sacudirá la tierra; mas si
estáis preparados, no temeréis.”2
Nuestra preparación debe ser permanente. Nunca se termina de
aprender y nunca se sabe cuándo necesitaremos de nuestros conocimientos y
experiencia anteriores para enfrentar problemas nuevos, que ni siquiera
imaginamos que tendríamos que enfrentar.
Nuestra preparación debe ser completa. Debemos consagrarnos a obtener una buena educación secular3 que nos abra las puertas a la autosuficiencia temporal; pero nunca debemos descuidar nuestra preparación espiritual. Debemos dedicar tiempo al estudio diario de las Escrituras4 y a las enseñanzas de las Autoridades Generales, a la oración personal5, a la reflexión y la meditación profundas.
Nuestra preparación debe incluir la búsqueda de la guía del
Espíritu Santo: “Porque he aquí, os digo otra vez, que si entráis por la senda
y recibís el Espíritu Santo, él os mostrará todas las cosas que debéis hacer”7.
Nuestra preparación debe ser sincera. Debemos tener
verdadera intención, a medida que nos preparamos, de vivir el evangelio y
glorificar a Dios: “Y si vuestra mira está puesta únicamente en mi gloria,
vuestro cuerpo entero será lleno de luz y no habrá tinieblas en vosotros; y el
cuerpo lleno de luz comprende todas las cosas.”8
Nuestra preparación debe ser valiente. Debemos prepararnos
para toda eventualidad, porque debemos seguir “la admonición de Pablo: Todo lo
creemos, todo lo esperamos; hemos sufrido muchas cosas, y esperamos poder
sufrir todas las cosas”9.
Nuestra preparación debe ser práctica y de calidad. Debe
ayudarnos a vivir. No es un mero instrumento para dar buenos discursos,
demostrar conocimiento en una clase o recitar de memoria pasajes de las
Escrituras (aunque todo ello es recomendable). Cuando el infortunio golpee
nuestra puerta, cuando la oposición nos frene el camino, cuando la enfermedad
azote nuestra salud o la de nuestros seres queridos, cuando los problemas
financieros limiten nuestro bienestar temporal o cuando nos parezca que la
soledad es nuestra única compañera, lo que hayamos invertido en nuestra
preparación espiritual, y el grado de nuestro cumplimiento de los mandamientos,
pautarán nuestra capacidad para soportar y vencer. Si nos preparamos adecuadamente,
ello “hará la diferencia”, y escucharemos al Espíritu susurrar a nuestro
corazón: “Hijo mío, paz a tu alma; tu adversidad y tus aflicciones no serán más
que por un breve momento; y entonces, si lo sobrellevas bien, Dios te exaltará;
triunfarás sobre todos tus enemigos”10.
Nuestra preparación debe ser la tarea más urgente que
tengamos por delante. Debemos aprovechar toda oportunidad que dispongamos para
ello pues, por lo general, cuando sobreviene la tribulación, es demasiado tarde
para improvisar fortalezas. Debemos seguir el ejemplo de las “vírgenes
sensatas” de la parábola del Señor11, teniendo siempre nuestra
linterna interior con abundante aceite. Las adversidades y pruebas llegan de
improviso. Nadie las está esperando. Llegan y se devoran nuestras fuerzas a
menos que estemos preparados y podamos resistir.
Tenemos por maestro un Maestro perfecto. Alguien que “por lo
que padeció aprendió la obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser
el autor de eterna salvación para todos los que le obedecen”12.
Seamos Sus discípulos aplicados, hagamos conforme a Sus palabras y confiemos en
Sus indicaciones. Él comprende todas las cosas y sabe qué es lo mejor para
nosotros. Aceptemos Su invitación de prepararnos a consciencia. Él enderezará
nuestro camino y nos proveerá de lo que necesitemos para nuestro progreso
eterno.
2) Doctrina y Convenios 38:30 (cursiva agregada)
3) Véase Doctrina y Convenios 109:7
4) Véanse Juan 5:39, José Smith - Mateo 1:37, 2 Nefi 32:3
5) Véase Doctrina y Convenios 10:5
6) Véanse Doctrina y Convenios 30:3, 2 Nefi 4:15
7) 2 Nefi 32:4
8) Doctrina y Convenios 88:67
9) Artículo de Fe 13
10) Doctrina y Convenios 121:7
11) Véase Mateo 25:1-13
12) Hebreos 5:8-9
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