EN LUGARES SANTOS

 Ser un Santo de los Últimos Días conlleva grandes responsabilidades y bendiciones. Desde el momento en que somos bendecidos con un testimonio acerca del llamamiento profético de José Smith, de la veracidad del Libro de Mormón y de la Restauración del Evangelio; desde que adquirimos la certeza de que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios Viviente, el Salvador y Redentor de la humanidad, y que mediante la obediencia a los principios y ordenanzas del Evangelio somos revestidos del poder necesario para ser felices en esta vida y alcanzar la vida eterna en el mundo venidero; desde entonces en delante, tomamos sobre nosotros convenios que principian con el bautismo y continúan con otros pactos que hacemos con nuestro Padre Celestial, ya sea al participar semanalmente de la Santa Cena o entrando en Su santo templo para efectuar las ordenanzas que allí se llevan a cabo.

 

 Esos convenios son acuerdos sagrados que el Señor establece con nosotros, en los que se nos requiere obedecer determinadas leyes y principios, habilitando al Padre, en consecuencia, a bendecirnos en concordancia con “condiciones (que) fueron instituidas desde antes de la fundación del mundo”1.

  

Para muchas personas que no son miembros de la Iglesia, nuestro apego a la cultura del Evangelio Restaurado resulta extraña, sorprendente, y para algunos, hasta censurable. La obediencia a la Palabra de Sabiduría nos distancia de hábitos sociales que están muy extendidos en la sociedad. La afirmación de que “el matrimonio entre el hombre y la mujer es ordenado por Dios y que la familia es la parte central del plan del Creador para el destino eterno de Sus hijos”; que “todos los seres humanos, hombres y mujeres, son creados a la imagen de Dios [y que] cada uno es un amado hijo o hija espiritual de padres celestiales y, como tal, cada uno tiene una naturaleza y un destino divinos”; que “el ser hombre o mujer es una característica esencial de la identidad y el propósito eternos de los seres humanos en la vida premortal, mortal, y eterna”2, nos separa distintivamente de las conductas mundanas contemporáneas tan en boga entre los hijos de los hombres.

  

La doctrina que se deriva del Libro de Mormón y de las revelaciones modernas dadas a José Smith y sus sucesores nos aleja de muchas de las interpretaciones de la Biblia aceptadas por las demás denominaciones cristianas, con quienes profesamos una misma fe en Cristo y que, sin embargo, hallan difícil identificarnos como verdaderos cristianos.

  

La Iglesia —y consecuentemente sus miembros fieles— ha hecho un esfuerzo considerable por abrirse al mundo, no sólo con el invalorable afán de traer almas a Cristo3, sino también para buscar el entendimiento y respeto mutuos con otros credos y culturas. En ese sentido cobra singular importancia nuestro ejemplo, ya que más que ser lo que decimos, somos lo que hacemos.

  

El estar activamente embarcados en el servicio a Dios4 es la mejor oportunidad de tener gozo en esta vida y debiera ser, para cada Santo de los Últimos Días, la razón de su existencia5. Cada persona con quien interactuamos es un campo de batalla donde todo acto de servicio, toda siembra oportuna de la Palabra y todo ejemplo virtuoso puede llevar a la conquista de su alma para con Cristo. No es de extrañar que Satanás y quienes apoyan su obra procuren malograr la labor de la Iglesia y, como testifican las Escrituras, “les ha(gan) la guerra a los santos de Dios, y los rode(en) por todos lados”6.

 

Esta es una realidad de la que no podemos escapar. Debemos tener consciencia de ello y tomar las medidas necesarias para asegurar nuestra protección en tanto continuamos prestando servicio a Dios. Nosotros y nuestra familia, nuestros amigos y hermanos, y aquellos que al cruzarse en nuestro camino puedan recoger de nosotros una influencia benéfica para sus vidas —si es que nuestra conducta y sentimientos están en armonía con el Espíritu del Señor— necesitamos desarrollar la inteligencia necesaria para no caer en las trampas del adversario ni sucumbir ante sus estrategias engañosas.

  

Hace más de 40 años, el presidente Boyd K. Packer advirtió que “la brecha que existe entre la Iglesia y el mundo ...es más amplia en esta época que en cualquier otra generación anterior”7. ¡Imaginemos lo que ha crecido desde entonces!

  

En un reciente mensaje8, el élder Roberrt D. Hales nos instó a permanecer firmes en lugares santos. Entre sus consejos señaló tres pilares fundamentales sobre los cuales cimentar una vida segura:

  

1. “El permanecer en el camino del Evangelio de convenios, mandamientos y ordenanzas nos protege y nos prepara para hacer la obra de Dios en este mundo. “

2. “Utilice(mos) [nuestro] albedrío para crecer personalmente.”

3. “Ante todo, ¡tenga(mos) fe en el Salvador!”

 

 De proceder así, podremos edificar sobre la roca. “Descend(erá) la lluvia, y v(endrán) ríos, y soplar(án) vientos y azotar(án) [nuestra] casa; pero no ca(erá), porque esta(rá) fundada sobre la roca”9: la roca de nuestro Salvador, la roca de Su palabra, la roca de Su poder y la roca de Su misericordia.

 

Sabiendo de los peligros y las asechanzas a los cuales estaríamos expuestos en los últimos días, el Señor nos ha advertido:

 

 “Pero mis discípulos estarán en lugares santos y no serán movidos; pero entre los inicuos, los hombres alzarán sus voces y maldecirán a Dios, y morirán.”10

 

 ¡He aquí la clave para no caer! He aquí la llave mediante la cual podemos abrir la puerta que lleva al éxito y que nos brindará la cosecha de una vida al servicio de Dios, plena del gozo que trae ser uno con Él: ¡Permanecer en lugares santos!

 

 Cuando Moisés vio la zarza ardiente que no se consumía, movido por su curiosidad, se aproximó; pero el Señor le detuvo diciendo: “No te acerques acá; quita el calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás tierra santa es”11.

 

 Así también, el suelo sobre el que nos arrodillamos para volcar nuestro corazón al Señor es lugar santo; el rincón de nuestro hogar donde nos apartamos del mundo para escudriñar Sus palabras es lugar santo; lo es el banco desde donde asistimos a la reunión sacramental y participamos de los Sacramentos; lo son las aulas donde se nos imparten las lecciones del Evangelio; son lugar santo Sus capillas y Sus templos; los sitios que visitamos en Internet pueden serlo si nos edifican y acercan al Señor; pueden ser lugar santo aquellos donde encontramos amigos verdaderos que con su amistad nos hacen mejores de lo que somos y  nos enseñan a amar la virtud y sus frutos; a lugares santos nos pueden llevar los libros que leemos, la música que escuchamos, las conversaciones que tenemos, el servicio que prestamos, el amor que profesamos; lugar santo puede y debe ser nuestro hogar, donde nuestra familia comparte el tiempo de esta vida y enfrenta los desafíos sobre la base del amor y respeto mutuos; lugar santo puede y debe ser nuestra mente, albergando pensamientos puros y elevando la mira de nuestras ideas y proyectos hacia la eternidad; lugar santo puede y debe ser nuestro corazón para que junto con "los puros de corazón" moremos en la Sión terrenal hasta que nos toque partir al otro lado del velo y nos presentemos ante el Señor que nos dio la vida; lugar santo puede y debe ser nuestra alma, para que el Espíritu Santo se complazca en visitarla y sea nuestro compañero constante.

 

 Pablo nos dejó un hermoso y efectivo consejo al respecto cuando escribió:

 

 “Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en la fuerza de su poder. “Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo.

“Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este mundo, contra las fuerzas espirituales de maldad en las regiones celestes.

“Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes.

“Estad pues firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia.

“Y calzados los pies con la preparación del evangelio de paz;

“sobre todo, tomad el escudo de la fe, con el que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno.

“Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios;

“orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu ...”12

 

  

Ser un Santo de los Últimos Días conlleva grandes responsabilidades y bendiciones. Nos pone en el frente de batalla y en la mira del enemigo. Si permanecemos alertas y somos fieles, tendremos el poder para vencer y podremos, como Pablo, decir:

 

 “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe.

“Por lo demás, me está reservada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida.”13

 

 1) Doctrina y Convenios 132:5

2) Véase La Familia, Una Proclamación para el Mundo

3) Doctrina y Convenios 15:6

4) Véase Doctrina y Convenios 4:2

5) Véase 2 Nefi 2:25

6) Doctrina y Convenios 76:29

7) “Música Digna, Pensamientos Dignos”, Liahona abril 2008, pág. 34 8) Conferencia General abril 2013, Liahona mayo 2013, págs. 49, 50

9) Mateo 7:25

10) Doctrina y Convenios 45:32 (cursiva agregada)

11) Éxodo 3:5

12) Efesios 6:10-18

13) 2 Timoteo 4:7-8

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