LA INTOLERANCIA

No sé por qué se manifiesta, en nuestra sociedad, tanta violencia verbal hacia quien piensa distinto.

En una democracia cada uno tiene derecho a pensar libremente y elegir la forma en que quiere llevar adelante su vida, siempre que su elección no colida con el derecho de las demás personas a hacer lo mismo.

En todo caso, cada cual evaluará durante el transcurso de su vida si está satisfecho con el camino que eligió. Nadie debería sentirse molesto por el hecho de que "el otro" se manifieste a favor de una u otra posición sobre la cuestión que fuere, so pena de caer en la discriminación que tanto se desea combatir.

La intolerancia es, ante todo, una señal de debilidad. Denota que el que la ejerce no está suficientemente convencido de sus propias creencias como para respetar otras ni para mantenerlas ante argumentos que la cuestionen. Implica que, en su fuero íntimo, no cree que su posición sea sostenible en la arena del análisis pacifico, del intercambio de ideas que enriquece. Deja a luz que esa persona no tiene cultura cívica (como si le importase mínimamente) y que es propensa a afirmarse en la "razón de la fuerza", que es el arma de los brutos.

En esta época de lo "políticamente correcto" es fácil distinguir el trigo de la cizaña. Basta dejarlos madurar para que se diferencie la civilidad de la barbarie.

Dicen que en la cultura china -admirable por su sabiduría milenaria- se da por sentado que el que alza primero su voz en una discusión es quien está en error.

La intolerancia lleva a la violencia. En realidad, da luz a la violencia; pues, en tanto que "la blanda respuesta quita la ira... la palabra áspera hace subir el furor"1.

La intolerancia no tiene patria. Aparece por todos lados mientras los instintos humanos le faciliten su germinación. Se la puede ver en todas sus dimensiones transitando por la vida cotidiana: intolerancia política, social, religiosa, intelectual o con el vestido que se la quiera adornar.

Se la ve pasear camuflada como burla, discriminación, persecución, difamación o lisa y llana mentira. Puede contaminar al sabio o al ignorante, al rico o al pobre, al poderoso o al indefenso.

Contra ella sólo hay un antídoto: "amar al prójimo como a uno mismo"2, al punto de aceptarlo como es; con sus ideas y pareceres, con su conducta y su prédica, concediéndole el derecho de sentir lo que siente, y el derecho a vivir conforme a los dictados de su propia conciencia, siempre que asuma la misma actitud hacia las demás personas.

En palabras de Pablo:

"Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo....

Digo pues: Andad en el Espíritu...

Pero el fruto del Espíritu es: amor, gozo, paz, longanimidad, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley."3

Sin embargo, la historia y nuestro presente muestran que "la naturaleza y disposición de... [algunos] hombres, en cuanto reciben un poco de autoridad, como ellos suponen, es comenzar inmediatamente a ejercer injusto dominio...

[En verdad] ningún poder o influencia se puede ni se debe mantener... sino por persuasión, por longanimidad, benignidad, mansedumbre y por amor sincero; por bondad y por conocimiento puro..."4

El día que todos aprendamos a ver a quien piensa diferente con la tolerancia necesaria como para no considerarlo un "enemigo" sino alguien con quien nos unen muchas más cosas de las que nos separan; alguien que con su diferente visión puede enriquecernos la vida; alguien que merece nuestro respeto por ser nuestro semejante... ese día habremos dado un paso gigante en pro de la unidad en diversidad, en pro de la paz y la felicidad colectivas.

 

(1) Proverbios 15:1

(2) Mateo 22:39

(3) Gálatas 5: 14,16,22-23

(4) Doctrina y Convenios 131:39,41-42

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