LOS PELIGROS DE LA POSMODERNIDAD

 En tanto la Iglesia sigue adelante su obra evangelizadora, la cual principió con su restauración a partir de la Primera Visión dando así inicio a la dispensación del Cumplimiento de los Tiempos, percibimos que el mundo —es decir, las naciones gentiles de la Tierra—también tiene su proceso de transformación permanente, originando cambios que, de alguna manera u otra, van determinando su destino.

 

Dado que estamos inmersos en ese mundo —aunque intentando con aciertos y errores no ser parte de él— no podemos permanecer ajenos a esos cambios. Conocer lo que está sucediendo en nuestro entorno nos permitirá dirigir nuestros pasos de una manera más responsable, buscando la guía del Espíritu pero, al mismo tiempo, esforzándonos por “se(r) más perfectamente instruidos ... de cosas tanto en el cielo como en la tierra, y debajo de la tierra; cosas que han sido, que son y que pronto han de acontecer; cosas que existen en el país, cosas que existen en el extranjero; las guerras y perplejidades de las naciones, y los juicios que se ciernen sobre el país; y también el conocimiento de los países y de los reinos, a fin de que est(emos) preparados en todas las cosas, cuando de nuevo [el Señor] (n)os envíe a magnificar el llamamiento al cual (n)os h(aya) nombrado y la misión con la que (n)os h(aya) comisionado”1.

 

Esto es particularmente crítico para la juventud puesto que habiendo nacido en esta época no ha tenido la experiencia de conocer otra forma de vida que la actual.

 

La época actual, denominada como la de la posmodernidad, nace como una reacción al orden imperante durante buena parte del siglo XX. Se ha dicho que la posmodernidad es la época del desencanto, originada en el fracaso de las ideas modernas en dar respuesta a las necesidades de bienestar y seguridad de los individuos. Luego de un siglo XX caracterizado por la brutalidad de dos guerras mundiales, la inestabilidad y los magros resultados en los esfuerzos por proveer paz y felicidad a la humanidad, el cuestionamiento de los valores sobre los cuales se fundaba el orden imperante2 llevó a una nueva concepción de orden donde se sustituyeron los fundamentos existentes3 por los que pretenden regir estos tiempos actuales.

 

El resultado de esa sustitución, desde una perspectiva eterna y, más concretamente desde el punto de vista cristiano, recuerda las palabras del Salvador cuando enseñó:

 

“Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos, buscando reposo; y, al no hallarlo, dice: Volveré a mi casa de donde salí.

“Y cuando llega, la halla barrida y adornada.

“Entonces va y toma otros siete espíritus peores que él; y entran y habitan allí; y el estado final de aquel hombre es peor que el primero.”4

  

Si la idea era quitar el error (barriendo y adornando la casa), poco o nada se ha hecho para sustituirlo por la verdad (dejando la casa vacía y lista para llenarla con otros “siete” errores peores), dando por resultado que “el estado final es peor que el primero”.

 

Este estado de las cosas no nos debe sorprender pues es el resultado inevitable de edificar “sobre la arena”. En cambio, si los hombres edificaran “sobre la roca”, que es Cristo, jamás caerían.5

 

Que nadie nos engañe

 No se trata de pensar que todo lo que caracterizaba la modernidad fuese acertado ni que todos los cambios de los últimos tiempos sean negativos. A la hora de juzgar debemos seguir la admonición de Pablo: “examinadlo todo, retened lo bueno6.

 

El propio Salvador nos ha amonestado diciendo:

 

“No juzguéis injustamente, para que no seáis juzgados: sino juzgad con justo juicio7.

 

El mejor juicio pasa por someter el objeto de nuestra evaluación a las Escrituras y a las enseñanzas inspiradas de los profetas antiguos y modernos. Si lo examinado está en armonía con ellas, es un fundamento seguro sobre el cual edificar nuestra vida. Si se opone a ellas, más vale olvidarlo.

 

Algunos componentes de la cultura de la posmodernidad están en franca oposición a la cultura del Evangelio. Es trascendente que queden claramente identificados pues, de lo contrario, podríamos ser inducidos al error. Con respecto a nuestros días, el Salvador nos ha advertido:

 

“Mirad que nadie os engañe... porque en aquellos días también se levantarán falsos Cristos y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, a tal grado que engañarán, si fuere posible, aun a los mismos escogidos, que son los escogidos conforme al convenio...”

“(Y) por motivo de que abundará la iniquidad, el amor de muchos se enfriará; mas el que no fuere vencido, éste se salvará.”8

 

 Entre los falsos profetas de estos días nos es posible distinguir no sólo a quienes pudieran valerse de la religión para perseguir fines espurios, sino también a quienes predican falsedades como si fueran grandes verdades; sosteniendo que, por seguir sus preceptos, estaremos en camino a nuestra realización personal. Ante tales “maestros” es necesario que abramos bien los ojos de nuestro entendimiento y busquemos la guía de la “sana doctrina”9 y del Espíritu Santo.

 

La cultura de la posmodernidad

En la cultura de la posmodernidad nada es absoluto, todo es relativo y sujeto a una diversidad de opciones. La realidad es la que cada cual ve, pues no existe una realidad, sino que cada cual tiene el derecho de construir la suya propia. Más aún, las creencias personales no constituyen un marco de referencia para las conductas individuales, puesto que no se hace necesario que uno actúe de acuerdo con ellas sino en base a las conveniencias del momento. Así, “todo hombre anda por su propio camino, y en pos de la imagen de su propio dios”10, sin más compromiso que el de hacer lo que más le plazca.

 

Esta conducta tiene su base sustentada en el individualismo a ultranza; es decir, no existe fuera del individuo ninguna fuerza ni razón que le imponga una ética y moral que, al buscar mejorarle, regule su relación con el mundo exterior. Siendo el “centro del universo”, su egoísmo y la búsqueda de la satisfacción de sus apetitos afloran por encima del amor genuino y del servicio desinteresado. El prójimo es un competidor al que debe vencerse, y la libertad personal un cheque en blanco para romper barreras.

 

Ese individualismo lleva al culto de la sensualidad y, curiosamente, a una pérdida de la personalidad individual. Por doquier se “venden” ídolos con los cuales mimetizarse, ídolos que enseñan” cómo vestir”, “qué comer o beber”, “cómo hablar” y hasta “qué pensar”. La obsesión por la imagen personal trasciende la salud, el equilibrio financiero y la estabilidad emocional. Existe una verdadera puja por ver quién va más allá de los límites. La transgresión se ha vuelto una virtud. La educación es un valor en decadencia y el trabajo una obligación más. El entretenimiento ha pasado a ser más importante que el crecimiento personal.

 

Contrariamente a lo esperado, este hedonismo11 de los postreros días no ha acarreado la felicidad a sus cultores, puesto que “todos los hombres que se hallan en un estado natural, o más bien ... en un estado carnal, están en la hiel de amargura y en las ligaduras de la iniquidad; se encuentran sin Dios en el mundo, y han obrado en contra de la naturaleza de Dios; por tanto, se hallan en un estado que es contrario a la naturaleza de la felicidad”12.

 

La inmediatez es el motor de la acción. A la cultura de la posmodernidad sólo le interesa el presente; el futuro y el pasado no cuentan. Ese afán por lo inmediato —que deviene del egocentrismo que la rige— se contrapone al gran plan de felicidad en donde “todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora”13.

 

Otro ingrediente preponderante del cambio cultural ha sido la exacerbación del afán consumista de la sociedad. Desde el “compre ahora y pague después” al “lo quiero y me lo llevo”, pareciera que las personas valen por lo que poseen o consumen y no por lo que son. Antes de la calidad, la marca. Antes de la necesidad, el capricho. Antes del ahorro, la tarjeta de crédito.

 

La ecuación se completa con una buena dosis de antivalores, es decir, “valores mundanos que se oponen a los valores de Dios”.

 

Lo que va hasta ahora del presente siglo se ha caracterizado por la desaparición de los ideales que edificaban el alma de los hombres. La injusticia y su compañera inseparable —la corrupción— ya casi no llaman la atención. Esa despreocupación por la justicia no hace más que incrementar la injusticia pues “por cuanto no se ejecuta en seguida la sentencia contra una mala obra, el corazón de los hijos de los hombres está dispuesto para hacer el mal”14.

 

La autosuperación está desvalorizada, el esfuerzo se retacea, la intimidad se pierde; las redes sociales y la informatización de la sociedad traspasan el umbral de la privacidad (con la complicidad consciente o inconsciente de los internautas); los reality-shows se consumen como pan caliente trasuntando conductas perversas o desnaturalizadas; se desacraliza el matrimonio y el derecho a la vida; y en aras de la tolerancia y la pluralidad ilimitadas, se rinde culto a la permisividad. “A lo malo llaman bueno, y a lo bueno, malo; (y) hacen de la luz tinieblas y de las tinieblas luz.”15

 

Un curso directo

A esta cultura de la posmodernidad se contrapone la cultura del Evangelio; una cultura basada en las palabras de Cristo “que (nos) indica(n) un curso directo a la felicidad eterna”16.

 

Una cultura que nos proveerá también de felicidad en esta vida; porque “no hay ninguno que haya dejado [el mundo], por causa de mí y del evangelio, que no reciba a cien veces más ahora en este tiempo ...y en el mundo venidero, la vida eterna”17.

 

“La verdad es el conocimiento de las cosas como son, como eran y como han de ser”18. Ella existe; el Espíritu da testimonio de ella. Parte de esa verdad es que “la maldad nunca fue felicidad”19. Aunque se denigre la fe en Cristo; aunque el ceñirse al Evangelio sea “locura”20 para unos y fundamentalismo descalificador para otros; aunque algunos “con con sus labios ... honr(en) [a Cristo], pero su corazón lejos est(é) de [Él]; enseñ(ando) como doctrinas los mandamientos de los hombres, teniendo apariencia de piedad, mas negando la eficacia de ella”21; así y todo, nosotros debemos asirnos a la barra de hierro que representa la palabra de Dios22 y ser, como exhortó Lehi a su hijo Lemuel, “firme(s), constante(s) e inmutable(s) en guardar los mandamientos del Señor”23.

 

Firmes en guardar la voluntad divina a pesar de las críticas, adversidades, pruebas y tentaciones que debamos enfrentar; constantes en responder siempre de la misma manera, fundándonos en Cristo y sólo en Él; inmutables al mantener nuestra fidelidad más allá de los cambios de nuestro entorno y trascendiendo los tiempos.

 

¿Qué se espera de nosotros?

En el sueño de Lehi se habla de “multitudes que avanzaban; y llegaron y se agarraron del extremo de la barra de hierro; y siguieron hacia adelante, asidos constantemente a la barra de hierro, hasta que llegaron, y se postraron, y comieron del fruto del árbol”, a pesar de la otra multitud de “personas, tanto ancianas como jóvenes, hombres, así como mujeres [del edificio grande y espacioso] ...(que) se hallaban en actitud de estar burlándose y señalando con el dedo a los que habían llegado hasta el fruto y estaban comiendo de él”24.

 

¿Qué pues haremos nosotros? ¿Qué espera el Señor de nosotros? Que, habiendo participado del fruto, nos mantengamos como verdaderos santos de los últimos días y cuidemos de no caer ante las sofisterías de quienes afirman haber encontrado un camino a la felicidad que excluye a Dios y Su plan de salvación; que de ninguna manera cedamos ante sus burlas, críticas o engaños. Se espera que seamos cada día mejores, más “firmes, ceñidos (n)uestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia. Y calzados los pies con la preparación del evangelio de paz; sobre todo, tom(ando) el escudo de la fe, con el que pod(amos) apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tom(emos) el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios; orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por [nosotros y] todos los santos”25.

 

No está perdida la batalla por las almas de los hombres; ni lo estará nunca.

 

“Es una obligación imperiosa que tenemos para con la generación que va creciendo y para con todos los puros de corazón; porque todavía hay muchos en la tierra, entre todas las sectas, partidos y denominaciones, que son cegados por la sutil astucia de los hombres que acechan para engañar, y no llegan a la verdad sólo porque no saben dónde hallarla; “por lo tanto, consumamos y agotemos nuestras vidas dando a conocer todas las cosas ocultas de las tinieblas, hasta donde las sepamos...”26 y “declar(emos) el arrepentimiento a este pueblo, a fin de que traiga(mos) almas a [Cristo], para que con ellas repose(mos) en el reino de (Su) Padre.”27

 

 1) Doctrina y Convenios 88:78-80

2) la modernidad

3) Ese orden anterior (la modernidad), aunque imperfecto, ciertamente creó las condiciones propicias para la Restauración del Evangelio, librando con ello a la humanidad de los siglos de oscuridad que imperaron durante la Gran Apostasía.

4) Lucas 11:24-26

5) Véase Mateo 7:24-27

6) 1 Tesalonicences 5:21 (cursiva agregada)

7) TJS Mateo 7:1–2 (cursiva agregada)

8) José Smith-Mateo 1:22, 30

9) Véase 2 Timoteo 4:3-4

10) Doctrina y Convenios 1:16

11) Doctrina que proclama el placer como fin supremo de la vida. (Dicc. Real Acad. Española)

12) Alma 41:11

13) Eclesiastés 3:1

14) Eclesiastés 8:11

15) Isaías 5:20

16) Alma 37:44

17) Marcos 10:29-30 (cursiva agregada)

18) Doctrina y Convenios 93:24

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