LA INVITACIÓN A VENIR A CRISTO

Cuando nuestras tres hijas eran pequeñas acostumbrábamos a reunirnos al lado del piano que teníamos en casa y cantábamos himnos con la idea de que fueran incorporando en su ser los principios del evangelio de una manera más amena. Uno de nuestros himnos favoritos era “Hay un hogar eterno”1. Por lo general ese himno nos llevaba a cantar luego “Cuando hay amor”2. En aquel entonces abrigábamos la esperanza de que nuestro hogar y los que ellas procrearían junto con sus esposos en el futuro, fueran un reflejo fiel del mensaje de esos himnos.

Han pasado muchos años desde aquellos días, muchas pruebas y otras tantas bendiciones. Al tomar consciencia de todo el tiempo y energías que invertimos buscando la unidad familiar y el establecimiento de bases sólidas y verdaderas en sus vidas, nos regocijamos pensando que no fue en vano. Hoy apreciamos el gozo de verlas convertidas en dignas madres y leales esposas, en personas que sustentan los valores que recibieron y se esfuerzan por criar a sus hijos en el camino recto. Desde luego que sabemos que nada es perfecto en esta vida y que siempre hay espacio para progresar y mejorar el legado transmitido.

En un mundo que no para de crecer en el distanciamiento con su Creador, nos afligimos por nuestros nietos que tendrán que enfrentar desafíos más grandes aún que los que tuvieron que sortear nuestras hijas. Oramos por ellos; y por sus padres, para que sean inspirados a cuidar de ellos y guiarlos en la rectitud.

A decir verdad, todos provenimos de un hogar donde unos amorosos Padres nos enseñaron nuestras primeras lecciones y nos prepararon con amor para los desafíos que tendríamos que enfrentar más adelante. Ese Hogar Eterno, de donde nos tocó salir para venir a este estado de probación que llamamos vida terrenal, está aguardando con ansiedad que podamos regresar a él, habiendo “peleado la buena batalla, ...acabado la carrera (y) ... guardado la fe”3.

Nuestro Padre Celestial sabía que, para llegar a ser como Él, para tener la capacidad de procrear algún día nuestros propios hogares eternos y transmitir, en forma perfecta, Su legado sempiterno, deberíamos aprender a ejercer nuestro albedrío4 de manera correcta, experimentando la oposición5 en todos sus aspectos y demostrando serle fieles “en todo tiempo, y en todas las cosas y en todo lugar en que estuvi(éramos), aun hasta la muerte”4.

Sabía que sería “menester que el diablo (tentase) a los hijos de los hombres, (pues) de otra manera éstos no podrían ser sus propios agentes”7 ni podrían ser “libres según la carne”8. El velo de olvido con que nacemos garantiza esa libertad, al tiempo que pareciera estar colocándonos en una situación de desventaja frente al adversario que “busca que todos los hombres sean miserables como él”9. Ello no es así por causa de los mandamientos que el Padre nos ha dado a través de Sus profetas y la gran mediación de Jesucristo, que se ofreció a sí mismo como pago redentor por nuestros pecados, a condición de que nos arrepintiéramos sinceramente y los abandonásemos10. Y de “tal manera (nos) amó Dios ...que ha dado a su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna”11.

La primera pareja sobre la faz de la tierra también intentó cultivar una familia que fuera el reflejo del hogar celestial que poco tiempo antes habían abandonado para revestirse de carne y participar del Plan de Salvación. “Y Adán y Eva bendijeron el nombre de Dios, e hicieron saber todas las cosas a sus hijos e hijas.”12

La sagrada historia cuenta que, a pesar de sus esfuerzos, no todos sus hijos, ni los hijos de sus hijos, fueron fieles al legado que nuestros primeros padres quisieron dejar para su posteridad.

“Y Satanás vino entre ellos, diciendo: Yo también soy un hijo de Dios; y les mandó, y dijo: No lo creáis; y no lo creyeron, y amaron a Satanás más que a Dios. Y desde ese tiempo los hombres empezaron a ser carnales, sensuales y diabólicos.”13

Las cosas no han cambiado mucho desde entonces, a excepción de aquellos hijos de Adán —es decir, aquella parte de su posteridad — que se mantuvo, y mantiene aún hoy, leal a la palabra de Dios. Los términos “carnal, sensual y diabólico” describen adecuadamente el estado en que se encuentra buena parte del planeta. Vemos a mucha gente apegada a las cosas materiales del mundo (condición de carnal), que busca los placeres físicos y la vanidad (condición de sensual) o que se deleita en la iniquidad (condición de diabólico).

Sin embargo, Dios ama a todos Sus hijos. El hecho de que no consienta en sus errores o iniquidades no significa que no se aflija por su futuro ni se duela por el estado caído de algunos de ellos. Enoc da testimonio de esa aflicción divina cuando habla con el Señor en estos términos:

“Y dijo Enoc al Señor: ¿Cómo es posible que tú llores, si eres santo, y de eternidad en eternidad? ... nada sino paz, justicia y verdad es la habitación de tu trono; y la misericordia irá delante de tu faz y no tendrá fin; ¿cómo es posible que llores?”

“El Señor dijo a Enoc: He allí a éstos, tus hermanos; son la obra de mis propias manos, y les di su conocimiento el día en que los creé; y en el Jardín de Edén le di al hombre su albedrío; y a tus hermanos he dicho, y también he dado mandamiento, que se amen el uno al otro, y que me prefieran a mí, su Padre, mas he aquí, no tienen afecto y aborrecen su propia sangre...”14

Cuando reflexionamos acerca del amor que el Padre tiene por cada uno de Sus hijos, y el amor que Cristo manifestó por todos Sus hermanos al padecer el tormento del sacrificio expiatorio, nos damos cuenta del valor que nuestras almas tienen para Él y su Hijo Unigénito.

En Sus propias palabras:

“Recordad que el valor de las almas es grande a la vista de Dios;

“porque he aquí, el Señor vuestro Redentor padeció la muerte en la carne; por tanto, sufrió el dolor de todos los hombres, a fin de que todo hombre pudiese arrepentirse y venir a él.

“Y ha resucitado de entre los muertos, para traer a todos los hombres a él, mediante las condiciones del arrepentimiento.

“¡Y cuán grande es su gozo por el alma que se arrepiente!”15

¿Podemos comprender, entonces, por qué se nos ha señalado que “lo que será de mayor valor para (nosotros) será declarar el arrepentimiento a este pueblo, a fin de que traiga(mos) almas a (Él), para que con ellas repose(mos) en el reino de (su) Padre”16?

De manera que “so(mos) llamados a proclamar el arrepentimiento a este pueblo”17.

¿Llegamos a entender cabalmente por qué el Salvador agrega las siguientes palabras a nuestro llamamiento?: “Y si acontece que trabajáis todos vuestros días proclamando el arrepentimiento a este pueblo y me traéis aun cuando fuere una sola alma, ¡cuán grande será vuestro gozo con ella en el reino de mi Padre!

“Y ahora, si vuestro gozo será grande con un alma que me hayáis traído al reino de mi Padre, ¡cuán grande no será vuestro gozo si me trajereis muchas almas!”18

En esas palabras no se establecen condiciones. No dice “traedme a los sabios según el mundo, a los influyentes, a los santos, a los de buen parecer o a los de buena reputación”. Tampoco dice “no me traigáis a los pobres, a los débiles, a los desdeñados, a los que están errados ni a los orgullosos”. Sólo dice: “¡traedme almas!”.

“Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace lo justo.”19

Debemos ver en cada persona un hermano o hermana que conocimos en nuestro Hogar Eterno, aquel al que ansiamos volver y al que debemos ayudarle a volver. Desde luego que no podemos ir contra su albedrío, pero siempre tendremos la oportunidad de haber intentado, al menos, compartir el evangelio con él.

De manera que “no mire(mos) a su parecer ni a lo grande de su estatura... porque Jehová no mira lo que el hombre mira, pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón”20. Así también tratemos de ver más allá de las apariencias y viéndole como Dios le ve, invitémosle a venir a Cristo.

Después de más de seiscientas páginas rebosantes de sabiduría y verdades eternas, el Libro de Mormón concluye con una invitación que resume el propósito del ministerio de la Iglesia:

“Sí, venid a Cristo, y perfeccionaos en él, y absteneos de toda impiedad, y si os abstenéis de toda impiedad, y amáis a Dios con toda vuestra alma, mente y fuerza, entonces su gracia os es suficiente, para que por su gracia seáis perfectos en Cristo...”21

Ésta es la invitación que necesitamos aceptar y transmitir. Para nuestro gozo y el de quienes la reciban en sus corazones.

 

1) Himno SUD No. 190

2) Himno SUD No. 194

3) 2 Timoteo 4:7

4) Véase Doctrina y Convenios 101:78

5) Véase 2 Nefi 2:11-13

6) Mosíah 18:9

7) Doctrina y Convenios 29:39

8) 2 Nefi 2:27

9) Ibid.

10) Véase 1 Timoteo 2:5-6

11) Juan 3:16

12) Moisés 5:12

13) Moisés 5:13

14) Moisés 7:29-33

15) Doctrina y Convenios 18:10-13

16) Doctrina y Convenios 15:6

17) Doctrina y Convenios 18:14

18) Doctrina y Convenios 18:15-16

19) Hechos 10:34-35

20) 1 Samuel 16:7

21) Moroni 10:32 (cursiva agregada)

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