LA ADVERSIDAD

En esta vida siempre estamos expuestos a la adversidad y a los sufrimientos. Podemos también disfrutar de momentos de paz, temporadas en que todo parece marchar sobre ruedas.

Es una gran tentación imaginar una vida sin obstáculos, sin dolor y sin angustias. Nadie en su sano juicio es masoquista.

Sin embargo, más allá de los sueños de éxito, de los deseos cumplidos, de las emociones duraderas que satisfacen nuestras necesidades fundamentales de realización y autoestima, está la verdad latente de que la vida presenta una oposición en todas las cosas.

Es fácil caer en el engaño de creer que quien es rico lo posee todo. Ello es sólo un espejismo, pues es falaz afirmar que con el dinero se puede comprar todo lo que uno quiera. El sólo hecho de tener dinero, o seguirlo teniéndolo, implica un esfuerzo sostenido y extenuante.

Alguien ha dicho que "el dinero es un buen siervo, pero un mal amo".

Aun en la hipótesis de que el dinero fluyera hacia nosotros sin esfuerzo, ¿cuántas cosas valiosas e imprescindibles seguirían fuera de nuestro alcance, las cuales el dinero no puede comprar?

La verdadera medida de nuestra madurez consiste en el nivel de sabiduría con que afrontamos la adversidad, y el provecho que extraemos de ella y de nuestros momentos de paz.

En la vida progresamos enfrentando desafíos y obstáculos que ponen a prueba nuestra fe y paciencia al tiempo que desarrollan nuestra capacidad de vivir.

Debemos atesorar nuestros momentos de paz, ya que en ellos podemos encontrar la fuerza que necesitaremos durante nuestros futuros momentos de tribulación.

La adversidad es más que un obstáculo en nuestro camino. Por indeseable que sea es necesaria pues, al ofrecernos resistencia, fortalece nuestro potencial de crecimiento.

Surge entonces la pregunta: Si la adversidad es inevitable, si es necesaria, ¿cómo sobrellevarla?

Los hombres desde tiempos remotos han buscado una respuesta a esta interrogante. Al parecer han encontrado respuestas de naturaleza variada; algunas hasta inadmisibles en términos de ética.

Tristemente, unos han endurecido sus corazones y otros han buscado el olvido del dolor propio procurando el mal ajeno.

No pocos han soportado el dolor estoicamente mientras que otros se han abandonado hasta desmayar.

Para algunos ha sido posible encontrar el alivio a través de la ayuda de almas caritativas, experimentadas en dolores. El servicio desinteresado ha permitido que muchos vean sus problemas empequeñecidos frente al tamaño de las desgracias ajenas.

Sin embargo, llega inevitablemente el momento en que la adversidad debe soportarse en soledad.

Bienaventurados quienes en ese momento puedan ponerse de rodillas frente a su Hacedor; pues más allá de todo lo que se comprenda de la adversidad, es el consuelo divino el que acarrea la tan ansiada paz al alma, y permite alcanzar una visión de la vida que sobrepuje las vicisitudes temporales que la aquejan.

Una paz que sólo Dios puede conceder. Una paz que no la da como el mundo la da; pues la paz que el mundo ofrece ha probado ser efímera e inestable.

En el mundo ciertamente existen y existirán aflicciones, pero también siempre podrá confiarse en la ayuda divina.

Esa ayuda no vendrá en respuesta a la interrogante ¿por qué me pasó a mí? Sí lo hará a la pregunta ¿cómo puedo superarlo? Porque más que descifrar la adversidad, se trata de aprender a vencerla.

Sólo Dios puede darnos el consuelo y la guía que necesitamos para triunfar permanentemente sobre la adversidad; siempre y cuando... hagamos nuestra parte.

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