POLÍTICAMENTE INCORRECTO
En el último cuarto de siglo es dable observar, en el seno de las sociedades libres, un debilitamiento o pérdida de influencia de la religión en la cultura de la sociedad.
Este fenómeno, que en verdad se arrastra desde mucho antes,
refleja una degradación en la importancia que la sociedad asigna a los valores
religiosos y morales.
Dicho fenómeno viene acompañado de una intensa campaña que
procura desterrar toda referencia a Dios dentro de la sociedad civil.
Esta campaña abarca todas las áreas de la cultura y se ha
infiltrado en la educación, los medios de información, el arte y las más
variadas actividades del quehacer humano. Se ha presentado como un progreso
afirmativo de la laicidad, la libertad de cultos, el respeto a los derechos
humanos y a los derechos de las minorías.
Entre éstas últimas, el ateísmo festeja sus
"éxitos" presentándose como paradigma de la convivencia humana,
cuando no es más que otra "creencia" basada únicamente en la negación
de la Divinidad y el culto al homocentrismo.
Hablar de Dios en público o referirse públicamente a valores
que expresen el sentir religioso se ha convertido así en una cuestión
"políticamente incorrecta", una especie de acción proscrita
socialmente, salvo que se limite al entorno de una iglesia, se manifieste en el
seno de un movimiento religioso o se circunscriba al hogar.
En tanto que proscribir de las actividades mundanas toda
referencia a Dios se torna un acto de objetividad, el introducir en el
relacionamiento humano lo espiritual parecería implicar una manifestación de
ignorancia a la luz de todo el conocimiento científico alcanzado.
Se sentencia que quien habla de Dios en sus tratos
cotidianos está haciendo proselitismo; en tanto que quien, con su palabra,
actos o indiferencia declara no ser creyente está simplemente asumiendo una sana
laicidad; "políticamente correcta", por cierto.
Condenada al silencio, la ausencia de la influencia
cristiana en la sociedad occidental ha dado lugar al crecimiento de todo tipo
de antivalores que, librando al hombre natural de sus ataduras, lo han vuelto
popular y respetado, digno de ser emulado.
Las consecuencias de esta secularización de la sociedad no
se hacen esperar. Vemos así los cambios trascendentales de conducta, ideas y
sensibilidades en los últimos tiempos, donde lo que antes se decía en privado
hoy se practica en público, para vanagloria de sus protagonistas y aplauso de
sus admiradores.
No son pocos quienes unen sus voces al coro que repite las
palabras de aquel filósofo alemán Nietzsche, quien sentenció: "Dios ha
muerto".
Deberían tener presente que quien realmente está muerto es
Nietzsche.
Dios vive en cada uno de nosotros. Aún en los que le
niegan...
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