LA POSVERDAD

Alguien ha dicho que la realidad tiene tantas caras como observadores que están tratando de percibirla.

Cuando uno es testigo de la diversidad de "versiones" que es posible advertir sobre cualquier tema que despierte controversias en la sociedad, dicha sentencia parece ser una de las grandes verdades de nuestra existencia.

Pero ¿acaso será posible que puedan coexistir varias realidades -hasta contradictorias entre sí- acerca de un mismo acontecimiento?

¿Es posible que un mismo concepto, valor, principio u objeto tenga por válidas simultáneamente interpretaciones dispares -dependiendo de quien las formule- que sólo siembran confusión y divisiones entre los seres humanos?

La lógica lo niega; a no ser que uno adhiera a la idea de que todo es relativo: que el bien y el mal no tienen fundamento cierto, que la realidad puede ser acomodada a gusto, y que las relaciones entre las personas deben conducirse sobre la base de la conveniencia personal y la imposición de ideas y voluntades por la fuerza o el parecer de las mayorías.

Tal vez uno de los signos más sobresalientes de estos tiempos sea la disposición de las grandes masas a creer en aquello que desean creer, antes que buscar la verdad de manera objetiva. A esa pseudorealidad -percibida a partir de los deseos de creer en ella- se la conoce como la "posverdad". Algunos también la denominan "el relato".

De esta manera, frente a cualquier objeto susceptible de ser analizado, la gente se divide en pos de distintos "relatos"; cada cual asumiéndose dueño de la verdad y negando, muchas veces, el derecho a que alguien tenga una opinión diferente.

Al mismo tiempo, las personas que perciben la realidad a través de sus deseos, entregándose ingenuamente a aceptar la posverdad de turno. Se vuelven más vulnerables y se exponen a las manipulaciones de agentes que procuran incidir en sus decisiones.

Seguramente nunca se alcanzará consenso universal en cuanto a qué es la verdad, dónde hallarla y, por sobre todo, cómo encontrarla. Ése es el precio que demanda asegurar la libertad individual.

Pero vale la pena vestirse de un poco de humildad y reconocer nuestra incapacidad para abrazar las verdades que importan valiéndonos exclusivamente de nuestras propias capacidades. Esto no implica sucumbir ante el relativismo moral, sino cuestionar si dejarse llevar por la posverdad realmente da frutos dignos de alabanza.

¿Cuáles son esas verdades que importan? Obviamente depende de los intereses de cada uno.

Pero ¿no sería razonable preguntarse acerca de cuestiones como "qué es la vida", "de dónde vengo", "qué propósito tiene mi existencia", "cómo reconocer el bien del mal" y de tantos otros asuntos que la vorágine de este mundo nos impulsa a olvidar tener en cuenta?

No todo se resume en vivir "tan sólo el presente" ni creer -a pie juntillas- en lo que hace más ruido.

Necesitamos un baño de humildad. Ese baño de humildad implica buscar con honestidad y perseverancia el camino que conduce a la certeza de lo que es real y sin engaño.

A comprobar -como tantos lo han hecho- que no tenemos por qué quedar a merced de "todo viento de doctrina, [de] estratagema(s) de hombres que, para engañar, emplean con astucia las artimañas del error”.1

Al fin y al cabo, la admonición de Pablo: "Examinadlo todo; retened lo bueno"2 no ha dejado de ser un excelente consejo... más aún en nuestros días.

 

(1) Efesios 4:14

(2) 1 Tesalonicences 5:21 

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