LA SOBERBIA

La luz viaja a unos 300 000 kilómetros por segundo. Por ello su propagación nos parece instantánea, puesto que existimos en un entorno relativamente tan pequeño que no nos es posible percibir su movimiento.

Si alzamos la vista al cielo en una noche despejada veremos innumerables fuentes de luz iluminando desde la inmensidad del espacio. Las estrellas están tan distantes de la Tierra que no es posible expresar en kilómetros las distancias que nos separan de ellas. Por ello, a esas distancias se las mide en "años luz".

Un año luz es equivalente a la distancia que recorre la luz durante el transcurso de un año. Esa distancia, expresada en kilómetros, resulta tan enorme que se prefiere utilizar el "año luz" para declararla.

La estrella más cercana a nuestro sistema solar, la Próxima Centauri, está a una distancia de 4.24 años luz del Sol. La galaxia de Andrómeda, la más cercana a nosotros y visible a simple vista, está a 2,5 millones de años luz de la Tierra.

De manera que en tanto la imagen de Próxima Centauri que percibimos en el cielo es la que corresponde a una realidad ocurrida hace 4,24 años (casi 54 meses atrás), la que podemos observar de la galaxia Andrómeda demoró 2,5 millones de años en llegar hasta nosotros.

Así también con el resto de las imágenes que nos llegan del cielo, las cuales corresponden a tiempos lejanos tan disimiles entre sí que, en verdad, lo que vemos en el cielo es una superposición de imágenes que no se corresponde con una realidad concreta -como si fuera una fotografía- sino con la representación visual de una realidad inexistente.

Alguien dirá: "Pero yo lo veo claramente. ¡Está allí!"

Ciertamente no. Lo que vemos es un cúmulo de informaciones surgidas en distintos momentos que nuestros ojos y cerebro procesan como un dato único e instantáneo de una "realidad" que creemos percibir.

 

Una capacidad limitada

En verdad, tenemos una capacidad limitada de percibir la realidad, al punto que no podemos ni siquiera saber con certeza cuál es el verdadero estado del Universo en que estamos inmersos. Más allá de todo el avance científico y tecnológico alcanzado, no podemos ver cómo es el cielo en realidad.

Lo anterior es sólo un ejemplo cotidiano de nuestras limitaciones humanas. Existen y existirán por siempre preguntas trascendentales que no podrán ser respondidas, aunque resulte maravilloso todo lo que la humanidad ha avanzado en la adquisición de conocimientos acerca de la Naturaleza.

El ser humano por sí solo jamás podrá encontrar todas las respuestas. Pero el conocimiento mínimo que algunos han alcanzado los ha empujado a la soberbia antes que a la gratitud de haber sido bendecidos por Dios con la capacidad de aprender.

"¡Oh las vanidades, y las flaquezas, y las necedades de los hombres! Cuando son instruidos se creen sabios, y no escuchan el consejo de Dios, porque lo menosprecian, suponiendo que saben por sí mismos..."1

 

Una imagen falsa

La soberbia es mala compañera pues suele empujarnos al orgullo y a la intolerancia. Nos engaña. Da una imagen falsa de nuestra estatura. A menudo despierta la sed por el ejercicio injusto del poder. Aleja al soberbio de la posibilidad de aprender el verdadero propósito de la vida.

Ciertamente el valor de las cosas no radica en lo que son sino en el uso que la humanidad hace de ellas. Ese uso viene condicionado por los valores morales a los que adhieren quienes tienen el poder de decidir y actuar.

Por ejemplo, me pregunto si toda esa capacidad de destrucción que hemos acumulado con el conocimiento de la tecnología nuclear -empleado en fabricar armas de aniquilación total- nos ha ayudado a mejorar la vida sobre nuestro planeta. Me pregunto si tanto progreso alcanzado nos ha hecho más unidos, más afectuosos unos con otros, más solidarios y tolerantes. Me pregunto si ha traído más libertad y paz al planeta.

 

No basta con conocer

Resulta imprescindible tomar conciencia que junto con el conocimiento es necesario acumular moralidad, amor para con el prójimo, humildad para reconocer nuestros límites y unidad con Dios. De lo contrario, la soberbia nos despojará del conocimiento del bien y del mal, dejándonos librados a la "razón de la fuerza", privándonos de sensatez y poniendo en peligro nuestra supervivencia.

Sin embargo, resulta utópico pensar que toda la humanidad logrará despojarse totalmente de la soberbia que habita en el mundo. Aún así, mucho puede hacerse por aquellos a quienes tenemos más cerca, "cada hombre [por] su vecino, con mansedumbre y humildad"2; invitándole a reflexionar y a allegarse a "todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre"3.

 

(1) 2 Ne 9:28

(2) Doctrina y Convenios 38: 41

(3) Filipenses 4:8

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