NUESTRA LUZ INTERIOR
Nuestra luz interior nunca deja de ser; pero depende de nosotros cuánto la hagamos brillar.
Nuestra luz interior se corresponde con nuestro nivel de
autoestima. Porque para estimarse uno mismo -en la justa medida- uno debe ser
capaz de percibirse, capaz de penetrar su interioridad y ver lo que realmente
es: un ser con virtudes y debilidades, con anhelos y frustraciones, con errores
y aciertos; un ser capaz de progresar, un ser capaz de superarse a sí mismo.
Pero ese progreso requiere de voluntad, acción y valores. La
imagen que vemos reflejada en el espejo de nuestra alma estará condicionada por
nuestra honestidad y la verdadera intención con que busquemos conocernos a
nosotros mismos.
La única belleza o fealdad que esa búsqueda puede revelar
reside en nuestra moral. Nuestros mayores esfuerzos debieran centrarse en
adherirnos al bien que la vida nos ofrece.
¿Con qué luz, pues, nos hemos de iluminar? ¿Andaremos en
tinieblas, palpando nuestro camino embebido en la incertidumbre? ¿Andaremos con
la luz prestada de un mundo en desasosiego? ¿O buscaremos la luz que mana de
Dios?
Nuestro sentido de lo bueno y lo malo se basa en nuestros
valores morales. Cuando nuestros valores morales están alineados con las
enseñanzas de Jesucristo, tenemos la garantía de que nuestra luz interior
encontrará el camino a la felicidad, así como a sus frutos más apetecibles: el
conocimiento de la verdad, el uso responsable y fructífero de nuestro albedrío,
y la paz que se sobrepone a todas las turbulencias de la vida.
"La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es
sincero, todo tu cuerpo estará lleno de luz..."1
"Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis
verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará
libres."2
La única distinción valedera entre las personas pasa por
determinar la naturaleza de la luz que brilla en el alma de ellas.
Bienaventurados quienes puedan exclamar como el Salmista:
"Muchos dicen: ¿Quién nos mostrará el bien? Alza sobre
nosotros, oh Jehová, la luz de tu rostro.
"Tú diste alegría a mi corazón, mayor que la de ellos
en el tiempo en que abundan su grano y su mosto.
"En paz me acostaré y asimismo dormiré, porque solo tú,
oh Jehová, me haces vivir confiado."3
(1) Mateo 6:22
(2) Juan 8:31-32
(3) Salmos 4:6-8
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