INJUSTICIAS
En los tiempos que corren, mucha gente ha perdido (si alguna vez la tuvo) la convicción de que Dios existe. En las últimas décadas el ateísmo ha crecido en número de adeptos en forma sostenible; así también el número de personas que declaran no profesar religión alguna.
Es común escuchar entre quienes han perdido su religiosidad
que, de existir, Dios no permitiría las injusticias que reinan en este mundo.
No permitiría tanto sufrimiento, tanta pobreza ni tanto desamor. Tampoco se
explican cómo es posible que permanezca impávido ante el horror de terremotos y
otros cataclismos geográficos y climáticos que se debaten sin miramientos sobre
la humanidad. Ni qué decir de las enfermedades, las guerras y toda otra causa
que acarrea dolor y angustias.
Por otro lado, a la luz de la permisividad que reina en las
sociedades modernas, las normas y costumbres asociados al culto de la Divinidad
parecen pasadas de moda, así como los conceptos del bien y el mal asociados a
las doctrinas religiosas. Nociones como el pecado, la espiritualidad o la vida
eterna han dejado de ser políticamente correctas.
El ejemplo de los fanatismos y extremismos religiosos aporta
también su porción de agua al molino de la irreligiosidad contemporánea.
Y bien, ¿qué podemos responder ante esas críticas?
Nuestras respuestas, ¿cambiarán las creencias de quienes
niegan a Dios? ¿Mejorarán el estado de las cosas?
No creo que provoquen una conversión masiva a Dios. Tal vez
toquen algunos corazones. Pero la relación con Dios, la certeza de Su
existencia y el reconocimiento de Sus atributos divinos ha sido, es y seguirá
siendo una experiencia personal, intransferible, que va más allá de la
afiliación a determinado credo o no.
Tener una respuesta personal a esas críticas sí puede
fortalecer nuestra fe y la de quienes necesiten tener la suya fortalecida.
Dios creó al hombre -varón y mujer- dándoles la Tierra por
heredad. Le dotó de la libertad de escoger entre el bien y el mal. Le dio libre
albedrío. Su estancia en este mundo físico sería transitoria. Al tiempo que
creó la vida, determinó también que habría una muerte.
La muerte no es el fin. Es sólo una transición hacia otro
estado de continuidad eterna.
Es curioso cómo algunos culpan a Dios de todos los males
causados por el hombre en ejercicio de su libre albedrío, el cual Dios mismo
debe preservar para respetar Su propia obra. Culpar a Dios por las injusticias
de este mundo o, al menos acusarlo de indiferencia, es un despropósito.
Para quienes entendemos que la vida es una etapa de
probación en nuestro tránsito hacia la eternidad -lo cual está en los
fundamentos mismos de la cristiandad- aunque duelan las injusticias de los
hombres y las desgracias causadas por los agentes naturales; aunque duelan el
sufrimiento ajeno y el propio; aunque muchas preguntas queden sin responder;
aunque vengan persecuciones o pruebas; así y todo, confiamos en la sabiduría
infinita de Dios y no le hacemos culpable de los males que pueblan la tierra.
Tampoco ponemos en duda Su existencia.
Hacemos cuanto podemos por mitigar y combatir esas
injusticias y dolores, compartiendo nuestras convicciones y tratando de
alcanzar la paz en medio de las tribulaciones. Agradecemos lo bueno de nuestras
vidas, y nos esforzamos por mantenernos apegados a nuestros valores, aun con
nuestras imperfecciones y debilidades.
Creemos que "si solamente en esta vida tenemos
esperanza en Cristo, somos los más dignos de lástima de todos los
hombres."1
Por tanto, nos esforzamos por seguir las enseñanzas de
Cristo y ser hallados dignos, después de partir, de escuchar que se nos diga:
" Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te
pondré; entra en el gozo de tu señor."2
(1) 1 Corintios 15:19
(2) Mateo 25:21
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No promovemos ni aceptamos controversias en nuestro blog, siendo nuestro propósito es unir corazones, pues "no es [la] doctrina [de Cristo], agitar con ira el corazón de los hombres, el uno contra el otro; antes bien [Su] doctrina es esta, que se acaben tales cosas."