LA VIDA TERRENAL

 ¿Cuál es el propósito de nuestra vida terrenal?


¿La vida eterna?

Algunos han respondido que el propósito de la vida consiste en alcanzar la vida eterna, tener la clase de vida que tiene nuestro Padre Celestial y vivir junto a Él para siempre.

En las Escrituras leemos:

“Si haces lo bueno, sí, y te conservas fiel hasta el fin, serás salvo en el reino de Dios, que es el máximo de todos los dones de Dios; porque no hay don más grande que el de la salvación.”1

“Porque, he aquí, ésta es mi obra y mi gloria: Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre.”2

Por muy deseable que sea la inmortalidad y vida eterna, las mismas escrituras citadas la definen como un don de Dios, y la obra y gloria del Señor.

Por tanto, parecería que ese estado de suprema existencia es –antes que el propósito mismo de esta vida terrenal– una recompensa que se nos otorgará como fruto de nuestra fidelidad hasta el día del Juicio Final y como resultado del sacrificio expiatorio de Jesucristo. En todo caso, alcanzar la vida eterna refiere a un propósito que va más allá de nuestra existencia terrenal.


¿Obedecer a Dios?

Otros han dicho que el propósito de la vida terrenal consiste en obedecer a nuestro Padre Celestial y Sus mandamientos. Esta declaración nos indica más bien cómo vivir nuestro estado terrenal antes que para qué vivirlo.


¿Ser probados?

Se suele afirmar que estamos aquí para pasar pruebas. Esto se desprendería de la declaración que encontramos en el libro de Abraham:

“Y estaba entre ellos uno que era semejante a Dios, y dijo a los que se hallaban con él: Descenderemos, pues hay espacio allá, y tomaremos de estos materiales y haremos una tierra sobre la cual éstos puedan morar;

“y con esto los probaremos, para ver si harán todas las cosas que el Señor su Dios les mandare;

“y a los que guarden su primer estado les será añadido; y aquellos que no guarden su primer estado no tendrán gloria en el mismo reino con los que guarden su primer estado; y a quienes guarden su segundo estado, les será aumentada gloria sobre su cabeza para siempre jamás.”3

Una visión semejante de la vida resulta un tanto pesimista. Ciertamente “existe una oposición en todas las cosas”4 y “el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe como hijo”5. Pero esa oposición implica que en esta vida no sólo tendremos pruebas sino también alegrías, paz y logros.


La razón última

Observemos que, en cierto sentido, hasta ahora todas estas respuestas parecen formar parte del sentido de la vida terrenal pero no son la razón última de ella.

En la que es conocida como Su oración intercesora, elevada al Padre poco antes del sufrimiento inimaginable de Getsemaní, el Señor dice:

“Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos;

“para que todos sean uno, como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste.

“Y la gloria que me diste les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno.

“Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfeccionados en uno, para que el mundo conozca que tú me enviaste y que los has amado a ellos, como también a mí me has amado.

“Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado, por cuanto me has amado desde antes de la fundación del mundo.”6

A pocas horas de terminar Su ministerio terrenal, El Salvador nos reveló lo más importante de esta vida:

La razón primordial por la cual hemos sido colocados en esta esfera mortal es que Él y nuestro Padre Celestial esperan que tengamos por propósito fundamental -en todo cuanto pensemos, sintamos y hagamos- aprender a "SER UNO en (Ellos)”.

Una unidad con la Deidad. No una unidad cualquiera sino la misma que existe entre Jesús y el Padre; “para que sean uno (con Nosotros), así como Nosotros somos uno”.

Entonces también todos “serán perfeccionados en uno” y “estarán conmigo” dice el Señor.

El resultado de tal exaltación será justamente morar en presencia del Padre y recibir la gloria que Jesús recibió del Él.

Las palabras del Salvador nos focalizan en dónde y cómo debe estar nuestra mira puesta durante nuestro pasaje por la esfera mortal: “la mira puesta únicamente en la gloria de Dios”7, la misma que Jesús menciona cuando ruega “Ahora pues, Padre, glorifícame tú en tu presencia con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese”8,

En otro pasaje de la oración intercesora, el Maestro nos enseña que “la vida eterna (es) que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”9.

Una vez más se nos revela la imperiosa necesidad de aprender a SER UNO con Dios, pues ¿de qué otra manera podremos llegar a conocerle?

Como corolario se desprende la dimensión de la inspirada declaración de Nefi cuando afirma la razón de la caída de Adán (la vida terrenal del hombre) y la razón de nuestra existencia terrenal: que tengamos gozo10. ¿Qué gozo puede estar señalando? El gozo de aprender a SER UNO con Dios.

 

(1) Doctrina y Convenios 6:13

(2) Moisés 1:39

(3) Abraham 3:24-26

(4) 2 Nefi 2:11

(5) Hebreos 12:6, según la Guía para el Estudio de las Escrituras debe entenderse la disciplina o el azote al que Pablo se refiere como “una corrección, individual o colectiva, que tiene el objeto de ayudar a las personas a mejorar o a fortalecerse

(6) Juan 17: 20-24

(7) Doctrina y Convenios 4:5

(8) Juan 17:5

(9) Juan 17:3

(10) 1 Nefi 2:25

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