EL HOMBRE NATURAL

Dios dotó a Sus hijos del don del albedrío moral, lo cual los hace responsables de sus pensamientos, obras y deseos, en tanto gocen del uso pleno de sus facultades.

Cada hijo de Dios, en el ejercicio de ese albedrío moral con el que fue creado, tiene el privilegio de elegir en qué creer.

Todos estamos tomando decisiones todo el tiempo. Hacemos elecciones, las cuales necesitamos tomar para interactuar con el mundo y las circunstancias que nos rodean.

Existen, a nuestro favor, la razón y la experiencia; instrumentos al servicio de nuestro afán por alcanzar conocimiento. Razón y experiencia que fortalecen nuestro entendimiento y guían nuestro accionar, ayudándonos a tomar decisiones.

Ciertamente nuestras limitaciones personales nos acompañan en las elecciones que hacemos. Nuestros sentidos físicos pueden engañarnos. Nuestro razonamiento puede estar equivocado o partir de premisas falsas.

Aun así, como seres humanos aspiramos a alcanzar la verdad plena. Al menos, la perseguimos sin tregua.

En ese afán, al soslayar nuestra propia impotencia para alcanzar el conocimiento total acerca de la vida y del mundo que nos rodea -su origen, propósito y destino- podemos llegar a cubrirnos de soberbia, terminando por engañarnos a nosotros mismos.

"¡Oh las vanidades, y las flaquezas, y las necedades de los hombres! Cuando son instruidos se creen sabios, y no escuchan el consejo de Dios, porque lo menosprecian, suponiendo que saben por sí mismos..."(2)

Es interesante cómo, en el proceso de buscar las verdades de la vida y justificar sus creencias, algunas personas buscan dotar el fundamento de sus argumentos con "objetividad", al tiempo que sólo retienen aquellas "evidencias" que corroboran aquello en lo que desean creer.

La psicóloga de la Universidad de Princeton Zida Kunda ha señalado que "existen pruebas considerables de que es más probable que las personas lleguen a las conclusiones a las que desean llegar".

"La idea es sencilla: para defender nuestra visión del mundo, nuestro relato, vamos razonando inconscientemente, descartando unos datos y recogiendo otros, en la dirección que nos conviene hasta llegar a la conclusión que nos interesaba inicialmente."

Esto hace difícil que las personas amplíen su campo de percepción -incluso en la eventualidad de intentar aproximarse a lo espiritual- a no ser que estén motivadas sinceramente en buscar la verdad aún en el caso que ello eche por tierra aquello en lo que creen o desean creer.

Tal vez esta observación permita comprender mejor por qué Jesús amonestaba diciendo "el que tenga oídos para oír, oiga".2

El compartir la visión cristiana de la vida no pasa por dominar el arte de la persuasión, ni por enfrascarse en largas discusiones inconducentes. No pasa por enfrentar fuego contra fuego, argumento contra argumento, como en un diálogo de sordos que sólo reafirma las convicciones previas de quienes participan del mismo.

Pasa por abrir puertas a quienes con sinceridad buscan ampliar su visión, aceptando sus limitaciones humanas y estando dispuestos a experimentar su propia dimensión espiritual.

He aquí el significado simple y profundo de la invitación del Salvador;

"Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá.

Porque todo el que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá."3

"Pero el hombre natural [el hombre soberbio] no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente."4

 

(1) 2 Nefi 9:28

(2) Mateo 11:15

(3) Mateo 7:7-8

(4) 1 Corintios 2:14 

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