HAGAMOS NUESTRA PARTE

 Una de las enseñanzas básicas del Libro de Mormón se encuentra registrada en las palabras que Amulek dirigió a los zoramitas que pertenecían a la clase pobre del pueblo, aquella que era “echad(a) de las sinagogas a causa de la pobreza de sus ropas”, de quienes también se dice que “eran pobres de corazón a causa de su pobreza en cuanto a las cosas del mundo”1.

 

Tanto Alma como Amulek enseñaron a esa gente principios fundamentales del Evangelio para encaminarlos hacia la verdad y darles las bases de una vida abundante en Cristo. En ese sentido, el mensaje de Amulek afirma:

 

“Porque he aquí, esta vida es cuando el hombre debe prepararse para comparecer ante Dios; sí, el día de esta vida es el día en que el hombre debe ejecutar su obra.”2

 

A menudo las vicisitudes de la vida y el trajín de la rutina diaria, enmarcada en un sin fin de desafíos temporales y presiones del mundo, nos hacen olvidar el propósito por el que estamos aquí. En esas condiciones, podemos dejamos llevar por las corrientes que nos empujan hacia las profundidades de la apatía, el desgano y la distracción, o podemos tomar conciencia de nuestra relación con nuestro Padre Celestial y esforzarnos por “prepararnos y ejecutar nuestra obra”.

 

Seguramente la inmensa mayoría de nosotros se está esforzando por “prepararse” y por “ejecutar su obra”. Vale la pena, sin embargo, reflexionar sobre el alcance de las palabras de Amulek. ¿En qué consiste esa preparación? ¿Cuál es esa obra? ¿Cómo podemos llegar a ejecutarla satisfactoriamente?

 

En Doctrina y Convenios el Señor establece de forma inequívoca cuál es nuestra obra:

 

“He aquí, ésta es tu obra: Guardar mis mandamientos, sí, con toda tu alma, mente y fuerza.”3

 

Lógicamente esta declaración es muy abarcadora. Necesitamos saber cómo podemos ser capaces de guardar todos los mandamientos y “ha(cer) todas las cosas que el Señor (nuestro) Dios (nos) mandare”4. En esto consiste la preparación; es decir, en aprender y entrenarnos para saber ejecutar diestramente la obra que nos es requerida. Debemos comprender cómo Dios se relaciona con nosotros y cuáles son los principios que rigen esa relación. No se trata de encontrar una fórmula mágica mediante la cual podamos obviar la necesidad de “andar por la fe” ni la de buscar la certeza “en cosas que no se ven, y que son verdaderas”. Pero conocer la mente de Dios y cómo Él procede es de vital importancia para estar en armonía con Su santa voluntad.

 

El presidente Lorenzo Snow enseñó:

“La obra que tenemos que efectuar aquí es de una naturaleza tal que no

podremos efectuarla a menos que tengamos la asistencia del Todopoderoso5... “El Señor... en ningún momento tuvo la intención de que a Su pueblo se le requiriera cumplir(la) salvo mediante ayuda sobrenatural.”6

 

“No es posible que podamos cumplir con todos los mandamientos que Dios nos ha dado por nosotros mismos. El mismo Jesús no podía efectuar Su obra sin la ayuda divina de Su Padre. Él dijo en una ocasión: 'No puedo yo hacer nada por mí mismo; como oigo, juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del Padre, que me envió' [ Juan 5:30]. Y si para Él, nuestro Señor, era necesario tener ayuda divina, cuanto más importante aún será para nosotros recibir Su asistencia.”7

 

De manera que necesitamos de la ayuda divina y de las bendiciones del Señor para avanzar en medio de las pruebas, las tentaciones y las circunstancias —sean cuales fueran — que nos toquen vivir mientras estemos de este lado del velo.

 

La forma en que podemos alcanzar las bendiciones que necesitamos se encuentra explicitada en los siguientes versículos:

 

“Hay una ley, irrevocablemente decretada en el cielo antes de la fundación de este mundo, sobre la cual todas las bendiciones se basan; y cuando recibimos una bendición de Dios, es porque se obedece aquella ley sobre la cual se basa.”8 “Porque todos los que quieran recibir una bendición de mi mano han de obedecer la ley que fue decretada para tal bendición, así como sus condiciones, según fueron instituidas desde antes de la fundación del mundo.”9

 

Todo tiene un orden. Cuando se espera recibir de la mano del Señor la ayuda prometida, es necesario entender que no basta con pedirla, sino que, además, se requiere proceder de acuerdo con el orden establecido de antemano para recibir esa ayuda.

 

Cuando Oliverio Cowdery no pudo llegar a traducir los grabados de las planchas conforme a su deseo, el Señor le amonestó señalando que no había entendido el orden en que debía obrar, suponiendo que se le concedería su deseo por el sólo hecho de pedirlo. “Pero he aquí”, continuó diciéndole el Señor, “te digo que debes...”10, y de esa forma le explicita las condiciones que debió haber cumplido para recibir tal don. Este incidente permitió que el Señor tuviera, además, la oportunidad de enseñar a la Iglesia cómo era el proceso de la revelación.

 

El apóstol Santiago escribió en su epístola la excelsa promesa que llevó a un joven de catorce años a iniciar la dispensación del Cumplimiento de los Tiempos. Mas cuando afirmó que “si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, quien da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada”, inmediatamente agregó la condición de que, quien pidiera, lo hiciera “con fe, no dudando nada, porque el que duda es semejante a la ola del mar, que es movida por el viento y echada de una parte a otra”. Para quien no se ciña a ese orden, Santiago termina sentenciando: “No piense, pues, ese hombre que recibirá cosa alguna del Señor”11.

 

La promesa de Moroni respecto a la obtención de un testimonio acerca de la veracidad del Libro de Mormón también sigue ese modelo. Las condiciones se establecen en el versículo 4 del capítulo 10 del libro que lleva su nombre, y el resultado de cumplirlas será que “por el poder del Espíritu Santo podremos conocer la verdad de todas las cosas”12.

 

El Élder Joseph B. Wirthlin nos dejó un emotivo relato de una experiencia familiar donde se evidencia el orden en que debemos encarar nuestra relación con Dios al enfrentar los desafíos de la vida.

 

“Una de nuestras hijas, después de tener un bebé, enfermó de gravedad. Oramos por ella, la bendijimos y la apoyamos lo mejor que pudimos. Esperábamos que recibiera la bendición de ser sanada, pero los días se volvieron meses y los meses años. En cierto momento le dije que quizás tuviera que luchar con esa aflicción el resto de su vida.

 

“Una mañana recuerdo haber sacado una tarjetita y haberla puesto en mi máquina de escribir. Éstas son algunas de las palabras que le escribí: 'El secreto sencillo es éste: pon tu confianza en Dios, haz lo mejor que puedas y luego déjale el resto a Él'. Ella confió en Dios, pero su aflicción no desapareció. Sufrió muchos años, pero a su debido tiempo, el Señor la bendijo, y con el tiempo recuperó la salud.

 

“Conociendo a mi hija, sé que, aunque nunca hubiera hallado alivio, habría seguido confiando en el Padre Celestial y le hubiera '[dejado] el resto a Él'.”13

 

Debemos hacer nuestra parte y dejar el resto para Él. Siempre existirá un precio que pagar por las cosas de valor; pero el Señor es fiel y no nos pedirá que “corra(mos) más aprisa, ni trabaje(mos) más de lo que (nuestras) fuerzas y los medios proporcionados (nos lo) permitan”.14

 

Nunca debemos olvidar, sin embargo, que “es por la gracia por la que nos salvamos, después de hacer cuanto podamos15.

 

El presidente David O. McKay relató durante un discurso que pronunció en 1957, que durante su misión en Inglaterra se había encontrado con una inscripción cincelada en la pared de un edificio que rezaba: “Cualquiera que sea tu arte, haz bien tu parte”16. Esa frase llegó a formar parte de su ser y le ayudó a tener la actitud adecuada frente a los problemas y oportunidades de su ejemplar vida.

 

Así conviene a cada uno de nosotros. Busquemos con la reflexión, el estudio diligente de las Escrituras, la ferviente oración y la divina guía del Espíritu Santo saber cuál es nuestra parte; hagámosla, y luego, confiados en la fidelidad de Dios, esperemos con espíritu de humildad y mansedumbre que Él haga la Suya.

 

1) Véase Alma 32:2-4

2) Alma 34: 32

3) Doctrina y Convenios 11:20 (cursiva agregada)

4) Abraham 3:25

5) Deseret Weekly, 12 de mayo de 1894, pág. 638

6) Deseret News, 14 de enero de 1880, pág. 786

7) En Conference Report, abril de 1898, pág. 12

8) Doctrina y Convenios 130:20-21

9) Doctrina y Convenios 132:5 10) Moroni 10:4-5

11) Santiago 1:5-7

12) Doctrina y Convenios 25:12

13) “Venga lo que Venga, Disfrútalo”, Liahona noviembre de 2008, pág. 28

14) Doctrina y Convenios 10:4

15) 2 Nefi 25:23 (cursiva agregada)

16) citado por el élder Quentin L. Cook en un discurso del Devocional del SEI para jóvenes adultos • 4 de marzo de 2012 • Universidad Brigham Young–Idaho

Comentarios