EL TIEMPO ES AHORA

Hace algunos años atrás la Iglesia lanzó un video misional que formulaba una pregunta sencilla: ¿cuál es el propósito de la vida?

Aunque resulta una pregunta simple, y atañe a algo común a todos los seres humanos, no existe consenso en cuanto a su contestación. Entre las respuestas que algunas personas daban era sorprendente encontrar frases como “no tengo idea, nunca se me ocurrió pensar en eso”, “no lo sé, pienso que mucha gente pasa por la vida sin saber su propósito”, “yo a la verdad no le encuentro mayor propósito”, y conceptos por el estilo. Hay quienes al ver tanta adversidad a su alrededor creen que el propósito de la vida es “vivir para sufrir”, en tanto que otros buscan su realización personal en la gratificación mundana. Muchos creen en Dios y de alguna manera asocian la vida a Sus propósitos divinos. Sin embargo, el trajín de lo cotidiano, con sus presiones y afanes, tiende a alejar los pensamientos acerca de la verdadera naturaleza de nuestra existencia.

Para responder a la interrogante debemos partir de una verdad esencial: todos somos hijos de Dios.

“Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habitasen sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos y los límites de la habitación de ellos,

“para que buscasen a Dios, si en alguna manera, palpando, le hallasen; aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros.

“Porque en él vivimos, y nos movemos y somos; como algunos de vuestros propios poetas también dijeron: Porque linaje suyo somos.”1

Al reconocer nuestro linaje divino, podemos vislumbrar mediante la palabra revelada, el destino glorioso que el Padre ha prometido a quienes le sean fieles en todo; a quienes, aún con el imperfecto conocimiento de su fe, se esfuercen por seguir Sus mandamientos y logren, al final de la jornada, presentarse “sin manchas”2 ante el tribunal de Dios merced a la gracia de la Expiación de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

El propósito de nuestra vida está incluido en la sagrada declaración que el Señor le formuló a Moisés:

“Porque, he aquí, ésta es mi obra y mi gloria: Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre.”3

Es claro que la inmortalidad y la vida eterna prometidas refieren a un tiempo futuro. Su consecución depende de lo que hagamos en esta vida e incluye lo que hagamos hasta que lleguemos a presentarnos ante Dios para ser juzgados.

“Porque he aquí, esta vida es cuando el hombre debe prepararse para comparecer ante Dios; sí, el día de esta vida es el día en que el hombre debe ejecutar su obra.”4

Lo que hagamos con nuestra vida, lo que hagamos cotidianamente a través de nuestras acciones, pensamientos y palabras; lo que hagamos en cada segundo de este maravilloso estado que es nuestra vida mortal; nuestras pequeñas y grandes metas; nuestros logros diarios y los frutos de nuestro paso por esta morada terrenal, determinarán nuestro estado futuro por las eternidades.

Las Escrituras testifican del propósito de la vida:

“Adán cayó para que los hombres existiesen; y existen los hombres para que tengan gozo.”5

¿Disfrutamos de la vida o la vemos pasar sin darnos cuenta de sus oportunidades? ¿Somos tan felices como podemos serlo o simplemente vivimos sin sentir que alcanzamos nuestro mayor potencial de felicidad? Al final de cuentas, ¿qué es la felicidad?

Alguien ha dicho que la felicidad no es un destino sino más bien un viaje. Entonces, ¿qué hacemos mientras estamos viajando? ¿Miramos por la ventana para maravillarnos de las bellezas que Dios pone delante de nosotros o cerramos los ojos esperando llegar a destino lo antes posible?

El pasado ya no nos pertenece en la medida que nunca volverá. El futuro sólo es una promesa envuelta en la incertidumbre que le es propia. Somos el presente y el presente conforma nuestra existencia y moldea nuestro futuro. Ciertamente debemos hacer planes para asegurarlo. Los buenos recuerdos reconfortan el corazón. Mas es el instante presente el que nos da la oportunidad de "sentir" la vida y valorarla en todo su esplendor como dádiva preciosa del Creador. Una vez que pasó ese instante es imposible volver a vivirlo en su plenitud. Por eso, no digamos: "Cuando consiga tal o cual cosa, entonces seré realmente feliz". La felicidad no se debe procurar en el futuro, mas sí en el presente.

No perdamos las oportunidades de disfrutar la vida porque esperamos alcanzar antes las grandes conquistas que soñamos algún día. No posterguemos nuestra oportunidad de ser felices esperando algo mejor de lo que nos ofrece la vida en cada instante. Aprendamos a valorizar lo que tenemos.

Todo esto lleva a interrogarnos: "¿Qué es lo que puede hacerme feliz?" Tal vez existan tantas respuestas a esta pregunta como personas en el mundo. Mas ¿cuántas de ellas son verdaderamente felices?

Depende de cada uno el grado de felicidad alcanzado. Depende, ante todo, de la valoración que dé en su corazón a las cosas de la vida. No es cuestión de suerte, ni de cuánto se tiene ni de cuánta adversidad se encuentre uno en su camino. Podemos ser felices ahora y siempre. Sólo depende de nuestra actitud ... de nuestro coraje en buscar la Verdad y vivir conforme a ella, de nuestros valores ... y de nuestra capacidad de amar.

 1) Hechos 17:26-28 (cursiva agregada)

2) Véase Alma 7:25

3) Moisés 1:39

4) Alma 34:32

5) 2 Nefi 2:25 

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