LA INTEGRIDAD

El término "integridad" se origina del latín "integritas" que sugiere la idea de algo que ha permanecido intacto, que ha conservado su unidad, su pureza original. Referido a una persona, la integridad tiene que ver con la forma en que vive sus creencias y el grado en que aplica, en su diario quehacer, los valores que profesa.

En un sentido cristiano, la integridad se compone de cualidades de carácter y conducta que tienen en Jesús su máxima expresión.

Así, la integridad es rectitud y honradez, pureza y lealtad a Dios, teniendo la justicia por fundamento y el amor por razón de ser. Es veracidad en el hablar, sinceridad en el proceder, mansedumbre en el espíritu y misericordia para con el prójimo. Es ciudadanía y apego a la ley. Es respeto, tolerancia y perdón.

Existe, sin embargo, otro componente imprescindible que caracteriza la integridad personal. Ese componente es la firmeza necesaria para mantenernos adheridos a nuestras convicciones (creencias y valores) a pesar de las circunstancias que nos rodeen.

Esta firmeza implica compromiso con la causa, pero también con uno mismo, puesto que quien pierde su integridad se traiciona a sí mismo. La persona íntegra muestra lo que es y es lo que muestra.

La presión que recibimos de la sociedad en que vivimos es fuerte y se acrecienta día a día. Aunque mantenerse fiel no signifique padecer consecuencias funestas como las que tuvieron que pasar los cristianos de antaño, las oportunidades de poner a prueba nuestra integridad se suceden a diario con una frecuencia alarmante.

La cultura mundana que nos envuelve y el ataque sistemático a los valores cristianos buscan socavar los cimientos de fe que puedan estar aun subsistiendo entre nosotros.

Ese afán evidente por desterrar todo vestigio de cristiandad en la vida pública obedece a que los principios de vida que Jesús predicó se oponen mayormente a la concepción de valores que el mundo secular promueve.

Desde el refugio de nuestra espiritualidad debemos fortalecer diariamente nuestra determinación de seguir el modelo de vida cristiano, cuidando hasta los detalles.

Indudablemente el progreso personal es gradual. Cometemos errores y estamos lejos de la perfección. Ser íntegro requiere también el valor necesario para reconocer nuestras debilidades y trabajar empeñosamente para superarlas.

Nuestra integridad es un estado que se perfecciona en la perseverancia. A ello se suma la guía de las Escrituras y la ayuda de la Divinidad. No estaremos huérfanos de asistencia en nuestro empeño por parecernos cada día más a Jesucristo.

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