LA FAMILIA TRADICIONAL

Recientemente, en un reportaje publicado en uno de los medios de difusión más importantes del país, una reconocida socióloga se refería a la inminente desaparición de la familia tradicional; es decir, la compuesta por "mamá, papá, nene y nena", según la definía.

Las estadísticas al respecto parecieran darle la razón. En nuestro país, que sigue las tendencias del resto de los países occidentales, el modelo de familia tradicional se encuentra por debajo del 30% de la composición de los hogares encuestados. Un 17% de los hogares está formado por parejas sin hijos y los hogares monoparentales conforman el 11%, de los cuales, en la mayoría de los casos, se trata de una familia con una mujer al frente de ella.
Al tiempo que se oyen proclamar comentarios despectivos acerca del "perimido" modelo tradicional de familia, se exaltan otras estructuras familiares basadas en la libre unión, en el matrimonio igualitario e incluso en la promoción de las ventajas una vida en soledad sin por ello privarse de la posibilidad de procrear o adoptar hijos. En realidad, la conformación de nuevas estructuras familiares asentadas en la creativa imaginación de los librepensadores de nuestra posmodernidad casi no tiene límites.
Lamentablemente da la impresión de que se festeja más aún la anunciada muerte de la familia tradicional que la reaparición en sociedad de "nuevas formas" de concebir la familia que, en realidad, han existido desde los tiempos más remotos.
Ese hecho, constatable históricamente, ha sido utilizado como justificación para censurar la concepción cristiana de la familia -que no es otra que la tradicional- argumentando que durante miles de años el concepto monógamo y heterosexual del matrimonio no ha sido más que una excepción promovida por religiones que hoy están cayendo en el desprestigio y la impopularidad.
Las voces que más fuerte se alzan aplaudiendo esta "desaparición de la familia tradicional" son las mismas que resultan más alejadas y enemistadas con las corrientes religiosas que la defienden.
Existe pues una colusión de intereses. En tanto se aduce una defensa de las libertades del individuo para escoger la clase de vida que más le agrade, en el fondo se busca no sólo promover esa diversidad de modelos familiares, sino también, perseguir y acallar a quienes, basados en convicciones propias o religiosas, vivimos y enseñamos el modelo tradicional de organización familiar.
Fundamentados en una mal interpretada laicidad, se coarta la libertad de pensar y dar a conocer las virtudes y ventajas de nuestra concepción de familia.
Pero volviendo a las estadísticas, la situación alcanzada no sólo es funcional a los activistas del nuevo orden sino también -triste es reconocerlo- a quienes, en su ignorancia de los principios cristianos o la conveniencia que les resulta de abandonarlos, toman partido por ese nuevo orden.
No resulta plausible creer que esta tendencia vaya a revertirse. Pero seguramente la familia tradicional no desaparecerá mientras existan quienes tengan el valor de vivir los valores cristianos y los transmitan exitosamente a sus hijos.
No desaparecerá en la medida que quienes abracen la cristiandad con verdadera intención sigan comprobando que ni Dios ha muerto (como han sentenciado Nietzche y sus continuadores) ni Su palabra ha dejado de ser eficaz.
Seguramente para los que festejan el declive social de la familia tradicional y "no percibe(n) las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para [ellos] son locura, y no las puede(n) entender, porque se han de discernir espiritualmente"1 , hoy es un día de regocijo.
Allá ellos. Están en su derecho.
Sin embargo, para nosotros también es un día de regocijo porque podemos afirmar como lo hizo Josué en su tiempo:

"...escogeos hoy a quién sirváis... pero yo y mi casa serviremos a [Dios]." 2

(1) 1 Corintios 2:14
(2) Josué 24:15

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