ANDEMOS COMO HIJOS DE LUZ

La palabra cultura proviene del latín (cultus). Estaba asociada al cultivo de la tierra, aunque, por extensión, los romanos también la emplearon para referirse al “cultivo del espíritu”. Aunque tiene múltiples definiciones según los diversos autores y disciplinas que la estudian, el significado moderno más aceptado puede resumirse de esta manera:

La cultura es el conjunto de símbolos y objetos que son aprendidos, compartidos y transmitidos de una generación a otra por los miembros de un grupo social.

Los símbolos incluyen valores, normas, creencias, tradiciones, idiomas, costumbres, ritos, hábitos, actitudes, capacidades, educación, moral, arte y toda forma de responder al entorno que no sea innata en la persona.

En cuanto a los objetos, ellos están relacionados con lo que el hombre produce y la forma en que lo utiliza en su diario vivir. Por ejemplo, su vestimenta, su vivienda, la tecnología que posee, etc.

Esta definición resalta un rasgo fundamental de la cultura en relación con el hombre: es un factor que determina, regula y moldea su conducta.

En segundo lugar, la cultura es algo adquirido. Es una experiencia de aprendizaje, parcialmente consciente y, otro tanto, inconsciente, mediante la cual una generación promueve e induce en la siguiente la adopción de sus modos de pensar y comportamiento.

Dentro de una sociedad moderna existen diversas culturas simultáneamente, puesto que las sociedades modernas se han convertido en un tejido complejo de culturas (y subculturas) que conviven en un estado de tenso equilibrio. Aunque dichas culturas pueden compartir un conjunto de símbolos y objetos en común, cada una guarda los suyos propios que le caracterizan.

Cada persona, en la medida en que está inmersa en una sociedad, interactúa con las diversas culturas que se le presentan dentro de ella y adopta aquello que más le interesa o con lo que más cree sentirse identificada. Desde esa perspectiva, dado que la cultura se aprende, es también posible “desaprenderla”. En otras palabras, uno puede sustituir su cultura por otra, si así lo desea.

Esto es lo que acontece (o debería acontecer) cuando nos convertimos al Evangelio. Al hacerlo, nos comprometemos a tomar sobre nosotros el nombre de Jesucristo y a recordarle siempre y a guardar Sus mandamientos1. En otras palabras, al abrazar el Evangelio, es necesario que abracemos también su cultura.

El Élder Dallin H. Oaks ha expresado este concepto de la siguiente manera:

“A fin de ayudarnos a guardar los mandamientos de Dios, los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días tienen lo que llamamos una cultura del Evangelio. Es un modo de vida particular; un grupo de valores, expectativas y prácticas comunes a todos los miembros. Esta cultura del Evangelio deriva del plan de salvación, de los mandamientos de Dios y de las enseñanzas de los profetas vivientes; nos proporciona una guía en cuanto a la forma de criar a nuestra familia y de vivir nuestra vida personal.”2

Esta cultura del Evangelio nos distingue del resto del mundo, aunque tiene muchos aspectos en común con muchas otras culturas. Es, sin embargo, motivo de incomprensión por parte de algunos y lo fue de persecución en el pasado. No obstante ello, “la Iglesia nos enseña que dejemos de lado cualquier tradición o práctica personal o familiar que sea contraria a las enseñanzas de la Iglesia de Jesucristo y a esa cultura del Evangelio”3.

Para muchos de nosotros, dejar ciertas tradiciones o prácticas aceptadas por las culturas imperantes en nuestras sociedades es un gran desafío. El hacerlo puede traernos la pérdida de nuestra posición social o de amistades que valoramos, inclusive la oposición de nuestros seres queridos. No en balde Jesús prometió a Sus discípulos: “De cierto os digo que no hay ninguno que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o esposa, o hijos o tierras, por causa de mí y del evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo, casas, y hermanos, y hermanas, y madres, e hijos y heredades, en medio de persecuciones; y en el mundo venidero, la vida eterna”4.

En ocasiones pretendemos tener un pie en la cultura del Evangelio y el otro en la del mundo. Nos cuesta abandonar ciertos aspectos de nuestra cultura anterior y creemos que nos será posible vivir una doble vida. Si bien respetamos todas las culturas y “concedemos a todos los hombres el ... privilegio... (de) ador(ar) cómo, dónde o lo que deseen”5, no podemos dejar de recordar lo que nos dijo Jesús: “El que no está conmigo, contra mí está; y el que conmigo no recoge, desparrama”6. Por tanto, sin desechar a quienes viven de una manera diferente, sigamos más bien el consejo de Pablo que nos amonesta diciendo: “porque en otro tiempo erais tinieblas; pero ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz”7.

Para abrazar fielmente la cultura del Evangelio y aspirar a la felicidad que conlleva, es necesario conocerla y vivirla cada día mejor. No podemos plantar la semilla de la fe en nuestro corazón y luego comportarnos como si fuéramos pedregales en los cuales esa semilla no pueda echar raíz; o comportarnos como si fuéramos un campo de espinos, donde el afán (cultura) de este mundo y el engaño de (sus) riquezas aho(guen) la palabra, y se ha(ga) infructuosa. Antes debemos ser buena tierra, donde la palabra dé su fruto8.

Aunque el presidente Boyd K. Packer se refería en particular a la música profana, sus palabras pueden extenderse a todo otro aspecto de la cultura mundana:

“Vivimos en una época en la que la sociedad atraviesa un cambio sutil, pero poderoso. Se está volviendo cada vez más permisiva en aquellas cosas que acepta como modo de entretenimiento. Como resultado, mucha de la música que en la actualidad escuchamos de músicos populares parece estar más encaminada a agitar que a pacificar, a excitar más que a calmar. Algunos músicos parecen promover abiertamente tanto los pensamientos como las acciones malsanas.

“Jóvenes, no se pueden dar el lujo de albergar en su mente los efectos de la música indigna de hoy en día. No es inofensiva; puede traer al escenario de su mente pensamientos indignos que marquen un ritmo al cual éstos actúen y ustedes reaccionen. Ustedes se degradan a ustedes mismos cuando se identifican con esas cosas que a veces rodean los extremos en la música: el desaseo, la irreverencia, la inmoralidad, los vicios. Tal música no es digna de ustedes.

“Seleccionen cuidadosamente aquello que escuchen y produzcan, porque pasa a ser parte de ustedes, controla sus pensamientos e influye también en la vida de los demás. Les recomiendo que revisen su discoteca y se deshagan de todo aquello que promueva los pensamientos degradantes. Dicha música no debería estar en manos de jóvenes a quienes les concierne el desarrollo espiritual.”9

El abrazar fielmente la cultura del Evangelio es un proceso que puede llevar toda la vida.  Se avanza “línea sobre línea, precepto tras precepto; un poco aquí, y otro poco allí”10. Es necesario sin embargo no descuidar cada paso de progreso alcanzado, asimilando cada porción adquirida de esa cultura del Evangelio a nuestro diario vivir, convirtiéndola en un hábito imborrable.

El Presidente David O. Mckay acostumbraba a citar el proceso mediante el cual podemos llegar a cosechar un destino eterno:

“Se siembra un pensamiento, se cosecha un acto;

“Se siembra un acto, se cosecha un hábito;

“Se siembra un hábito, se cosecha un carácter,

“Se siembra un carácter, se cosecha un destino eterno.”11

Así sucede también con la cultura del Evangelio. Se requiere paciencia, autodominio, mucha autoestima y amor por Dios y Su palabra para incorporarla a nuestra vida. Coloca sobre nuestros hombros la responsabilidad adicional de pasarla a las generaciones que nos siguen, con la certeza de que ella “es viva y eficaz”12 y “permanece para siempre”13.

1) Doctrina y Convenios 20: 77

2) “La cultura del Evangelio”, Liahona marzo 2012, pág. 22

3) Ibid.

4) Marcos 10:29-30

5) Artículo de Fe 11

6) Mateo 12:30

7) Efesios 5:8

8) Véase Mateo 13:3-23

9) “Música Digna Pensamientos Dignos”, Liahona abril 2008, pág. 33

10) Doctrina y Convenios 128: 21

11) citado en por el presidente Spencer W. Kimball en “El Milagro del Perdón”

12) Hebreos 4:12

13) 1 Pedro 1:25

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