DE UNA VEZ Y PARA SIEMPRE

 De todas las actividades humanas, la toma de decisiones es la más frecuente y esencial. Vivimos tomando decisiones puesto que ellas nacen del don del libre albedrío con el cual Dios nos revistió; don, sin el cual, los propósitos de Su plan de salvación se hubiesen frustrado.

  La forma en que tomamos decisiones condiciona nuestro progreso. También lo hacen las decisiones mismas pues nuestra vida resulta, a la larga, de la sumatoria de todas las decisiones que en algún momento hayamos tomado.

  Muchas decisiones resultan fáciles de tomar. Algunas llegan a convertirse en hábitos, lo cual nos libera de tener que pasar por el proceso de analizar las distintas alternativas, sopesar sus ventajas y desventajas, cernirlas por el filtro de nuestros principios y valores, y finalmente tomar un curso de acción acorde a nuestra elección.

 Otras decisiones son más difíciles de tomar. Generalmente cuando nos vemos inmersos en situaciones límite, cuando nuestras convicciones son puestas a prueba o cuando nuestras relaciones con personas que nos importan se ven afectadas, la toma de decisiones resulta particularmente difícil pues debemos obrar bajo presión.

 Nuestro carácter se relaciona íntimamente con nuestras decisiones. El diccionario define el carácter como el conjunto de cualidades o circunstancias propias de una persona que la distinguen, por su modo de ser u obrar, de las demás. (DRAE) De manera que podría establecerse una correspondencia directa entre el carácter de una persona y la forma como toma sus decisiones y la naturaleza de éstas.

 El hombre de carácter vacilante decidirá una cosa un día y otra distinta al siguiente.

 El hombre de carácter débil se dejará influenciar por las opiniones de quienes le rodean, por la moda o las tendencias que manifiesten las mayorías, sin reparar en costos ni en las consecuencias morales de tal proceder.

El poseedor de un carácter egoísta pensará únicamente en sus intereses. No tendrá en cuenta el daño que pueda causar con sus acciones ni estimará el valor de las almas en su justa medida. Lejos estará de amar a su prójimo como a sí mismo.

 n carácter firme es un puente hacia la realización personal. El escritor Ernest Hemingway decía que un hombre de carácter podría llegar a ser derrotado, pero jamás sería destruido. Si a la firmeza de carácter unimos la justicia como rasgo personal, el resultado será una vida ejemplar. 

 La forja de un carácter cristiano  ̶ firme y justo ̶  es una de las principales tareas de nuestra vida. Nuestro éxito dependerá, indudablemente, de cuán ajustadas sean nuestras decisiones a la voluntad divina. 

 El Señor le mostró a Abraham “las inteligencias que fueron organizadas antes que existiera el mundo” y entre “las nobles y grandes” que rodeaban a Dios, el patriarca oyó la voz de “uno que era semejante a Dios, y (que) dijo a los que se hallaban con él: Descenderemos, pues hay espacio allá, y tomaremos de estos materiales y haremos una tierra sobre la cual éstos puedan morar; y con esto los probaremos, para ver si harán todas las cosas que el Señor su Dios les mandare” (Abrahan 3:22-25).

 Evidentemente la prueba consistiría en tener que decidir “entre la libertad y la vida eterna, por medio del gran Mediador de todos los hombres, o escoger la cautividad y la muerte, según la cautividad y el poder del diablo; (que)... busca que todos los hombres sean miserables como él” (2 Nefi 2:27).

 Ciertas decisiones deben tomarse de una vez y para siempre. Tratándose de los mandamientos, uno debería escoger (es decir, decidir) ser fiel a la voluntad del Señor y luego obrar siempre en ese sentido, sin importar las circunstancias en que nos encontremos. No es prudente pasar una y otra vez por el proceso de tomar la decisión de cumplir determinado mandamiento ante cada tentación de violarlo que se presente. Más bien, debemos adelantarnos decidiendo de antemano seguir el camino correcto todas las veces.

 Así fue como José no dudó en resistir a las insinuaciones de la esposa de Potifar y huir de su presencia (Génesis 39:12).

 Tampoco dudó Daniel en pedir al jefe de los eunucos que no se le obligara a contaminarse con la ración de la comida del rey ni con el vino que él bebía, pues se había propuesto de antemano, en su corazón, no contaminarse participando de los alimentos que se acostumbraba a servir en la corte. (Daniel 1:8)

  Josué proclamó valientemente su fidelidad al Señor al decir al pueblo antes de entrar en la tierra prometida: “Y si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quien sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres, cuando estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa serviremos a Jehová” (Josué 24:15, cursiva agregada). No tuvo que decidir qué hacer en ese momento. Mucho antes había decidido, en su corazón, seguir a Jehová. (Véase Números 27:18-19)

 Aún en medio de la más implacable persecución, José Smith se aferró a su testimonio de la Primera Visión. De esa experiencia relató:

“Sin embargo, no por esto dejaba de ser un hecho el que yo hubiera visto una visión. He pensado desde entonces que me sentía igual que Pablo, cuando presentó su defensa ante el rey Agripa y refirió la visión, en la cual vio una luz y oyó una voz. Mas con todo, fueron pocos los que le creyeron; unos dijeron que estaba mintiendo; otros, que estaba loco; y se burlaron de él y lo vituperaron. Pero nada de esto destruyó la realidad de su visión. Había visto una visión, y él lo sabía, y toda la persecución debajo del cielo no iba a cambiar ese hecho; y aunque lo persiguieran hasta la muerte, aun así sabía, y sabría hasta su último aliento, que había visto una luz así como oído una voz que le habló; y el mundo entero no pudo hacerlo pensar ni creer lo contrario. Así era conmigo.” (José Smith-Historia 24-25)

  El momento de escoger vivir la Palabra de Sabiduría, de guardar la ley castidad, de respetar el día de reposo, de pagar un diezmo justo, de apartar un tiempo cada día para orar y escudriñar las Escrituras, y así sucesivamente, no es cuando alguien nos invite con una bebida alcohólica o un cigarrillo, cuando pisemos el terreno resbaladizo de una relación inapropiadamente afectuosa, cuando una actividad deportiva dominical se interponga en nuestro camino a la capilla, cuando nuestras finanzas resulten con saldo negativo o al final de una jornada en que el sueño nos venza.

 El momento debiera ser mucho antes y definitivo. Debiera ser cuando, en la reflexión seria y en la meditación profunda, sumergida nuestra alma en los apacibles brazos de la humildad, y con la inefable influencia del Espíritu Santo envolviéndonos con su manto de protección y guía, fundemos nuestras decisiones de una vez y para siempre en la roca firme de la palabra del Señor. (Véase Mateo 7:25-27)

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