EL FIN DE TODO ASUNTO

Cuando vemos la popularidad de las filosofías disolventes que pululan entre las sociedades modernas; cuando constatamos que gran parte “de la tierra se (ha) contamin(ado) bajo sus moradores, porque (han) traspasa(do) las leyes, (han) cambia(do) la ordenanza, (han) quebranta(do) el convenio sempiterno” (Isaías 24:5); cuando observamos cómo influyentes sectores del quehacer social “a lo malo llaman bueno, y a lo bueno, malo; ... hacen de la luz tinieblas y de las tinieblas luz; ... ponen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo” (Isaías 5:20), no podemos menos que cerrar filas y “huir a Sión para hallar seguridad” (Doctrina y Convenio 45:68).

 ¿Qué significa “huir a Sión”? Las Escrituras enseñan que Sión son “los puros de corazón” (Doctrina y Convenios 97:21). Por consiguiente, debemos esforzarnos por vivir de tal manera que seamos dignos de pertenecer a Sión. Ello es una tarea permanente, no un estado que se alcanza con un esfuerzo único para luego mantenerlo sin más trabajo. Exige un aprendizaje continuo, pues “estar en el mundo y no ser de él” implica adaptarse a sus constantes vaivenes manteniendo “la mira puesta únicamente en la gloria de Dios” (Doctrina y Convenios 4:5).

 Vivimos en un mundo pleno de soberbia. El poder que teje la trama de los hechos mundanos hunde sus raíces en la soberbia. Ella es enemiga de Dios pues aparta al hombre de Su influencia y lo lleva hacia la destrucción. “Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída, la altivez de espíritu”, dice el proverbio (Proverbios 16:18).

“…Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes.” (I Pedro 5:5)

Una de las debilidades más sobresalientes de quienes padecen la soberbia es la de creer que lo saben todo y, si por acaso algo no saben, tienen la capacidad suficiente para averiguarlo por sí mismos. La soberbia es una de las caras visibles del orgullo.

En nuestro afán por “embarc(arnos) en el servicio de Dios” (Doctrina y Convenios 4:2) y tratar de “más íntegramente... conserv(arnos) sin mancha del mundo” (Doctrina y Convenios 59:9) debemos, ante todo, reconocer nuestra dependencia para con Él y buscar Su sostén. Al desterrar la soberbia de nuestros corazones y rendirnos en humildad a Su voluntad, encontraremos la fortaleza que necesitamos para vencer nuestras debilidades y elevarnos por encima de lo profano.

Al vivir cada día con el desafío de conservarnos sin mancha del mundo, es necesario que perfeccionemos nuestra manera de juzgar y de usar nuestra libertad de escoger. Se vuelve fundamental que nos despojemos de todo lastre mundano y nos rindamos ante los sabios consejos de nuestro Padre Celestial, los cuales nos llegan de diversas maneras: las oraciones, las Escrituras, las exhortaciones de nuestros líderes, los susurros del Espíritu Santo, el ejemplo de las almas nobles que nos rodean ...

Las Escrituras nos enseñan que “lo que no edifica no es de Dios, y es tinieblas” (Doctrina y Convenios 50:23).

Jesús nos ofreció la fórmula para juzgar la naturaleza de las cosas: “Así, todo buen árbol da buenos frutos, mas el árbol malo da malos frutos. No puede el árbol bueno dar malos frutos, ni el árbol malo dar buenos frutos. Todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego.  Así que, por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:17-20, cursiva agregada).

En el Libro de Mormón leemos acerca de la importancia trascendental que suponen el retener las palabras de Cristo y la necesidad que tenemos de seguir las indicaciones del Espíritu:  “...Por tanto, os dije: Deleitaos en las palabras de Cristo; porque he aquí, las palabras de Cristo os dirán todas las cosas que debéis hacer....Porque he aquí, os digo otra vez, que si entráis por la senda y recibís el Espíritu Santo, él os mostrará todas las cosas que debéis hacer.(2 Nefi 32:3-5, cursiva agregada)”

El Presidente Harold B. Lee preguntó en una ocasión:

“¿Cómo podemos medir [o juzgar] si las enseñanzas de una persona son verdaderas o falsas? Si persona alguna enseña más de lo que enseñan las Escrituras, podemos considerarlo especulación con excepción de un hombre que tiene el derecho de exponer cualquier doctrina nueva, es decir, el único hombre que posee las llaves: el profeta, vidente y revelador que preside en ese elevado cargo. Y nadie más. Si cualquiera otra persona se atreve a exponer lo que afirme ser doctrina nueva, pueden estar seguros de que eso es lisa y llanamente su propia opinión y podrán conceptuarla como tal sea cual sea el cargo que ocupe en la Iglesia. Si contradice algo que está en las Escrituras, podrán conceptuarlo de inmediato de falso. Ésa es la razón por la que llamamos las Escrituras los cuatro Libros Canónicos de la Iglesia. Son el canon por el cual medimos [o juzgamos] toda doctrina, y si se enseña cosa alguna que sea contraria a lo que está en las Escrituras, es falsa. Es así de sencillo” (“Viewpoint of a Giant”, pág. 6).

El Señor nos ha confiado Su palabra. Nuestra responsabilidad es “apli(carla) ... a nosotros mismos para nuestro provecho e instrucción” (véase 1 Nefi 19:23). De nada nos sirve conocerla si no la vivimos en todos sus aspectos.

A continuación, citamos a algunas de nuestras Autoridades Generales que nos aconsejan cómo vivir en armonía con la voluntad divina en aspectos cotidianos pero vitales. Debemos meditar acerca de qué tanto nos ceñimos a sus consejos. Podríamos estarlos aplicando tan sólo en términos generales, sin esforzarnos demasiado. Sin embargo, nuestro progreso espiritual demanda que refinemos nuestro juicio y profundicemos en nuestro celo por sujetarnos a la Palabra “como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro hasta que el día esclarezca, y la estrella de la mañana salga en (n)uestros corazones” (véase 2 Pedro 1:19).

“Vivimos en un mundo que está lleno de inmundicia y sordidez, un mundo que tiene todo el hedor de la maldad. Está por todos lados: en la pantalla de la televisión, en el cine, en la literatura popular, en Internet. No se pueden arriesgar a verla, mis queridos amigos; no pueden permitir que ese veneno asqueroso les toque; manténganse alejados de él; evítenlo. No alquilen esos videos ni se expongan a las cosas degradantes que exhiben. Ustedes, los jóvenes que poseen el sacerdocio de Dios no pueden mezclar esa inmundicia con el santo sacerdocio.” (Pte. Gordon B. Hinckley, discurso dado a la juventud y a los jóvenes adultos solteros el 12 de noviembre de 2000 en el Centro de Conferencias en Lago Salado y transmitido vía satélite a toda la Iglesia).

“Seleccionen cuidadosamente aquello que escuchen y produzcan, porque pasa a ser parte de ustedes, controla sus pensamientos e influye también en la vida de los demás. Les recomiendo que revisen su discoteca y se deshagan de todo aquello que promueva los pensamientos degradantes. Dicha música no debería estar en manos de jóvenes a quienes les concierne el desarrollo espiritual.” (Élder Boyd K. Packer, Conferencia general de octubre de 1973.)

“El vestirse de forma recatada es una cualidad de la mente y del corazón que surge de respetarse a uno mismo, de respetar a las demás personas y al Creador de todos. Demostrar recato de ese modo refleja una actitud de humildad, decencia y decoro.” (Presidente N. Eldon Tanner, “Friend to Friend”, Friend, junio de 1971, pág. 3).

“La modestia en el vestir, en la forma de hablar y en el comportamiento es una verdadera marca de refinamiento y un sello distintivo de una mujer virtuosa Santo de los Últimos Días. Eviten lo bajo, lo vulgar y lo sugestivo.” (Presidente Ezra Taft Benson, Liahona, enero de 1987, pág. 83).

“…Sean limpios. No puedo poner más énfasis en eso. Sean limpios. Es tan, tan importante, y ustedes, debido a la edad que tienen, se encuentran bajo esa tentación en todo momento. La reciben a través de la televisión, en los libros, en las revistas y en los videos. No tienen que arrendarlos. No lo hagan. Simplemente no lo hagan. No los miren. Si alguien les propone sentarse toda la noche a ver tal basura, digan: 'No es para mí'. Manténganse alejados de eso… “(Pte. Gordon B. Hinckley , Reunión para la juventud en Denver, Colorado, 14 de abril de 1996).

“El Señor y sus Profetas vivientes cuentan con que ustedes eviten la basura que hay en los medios de comunicación que están a su alrededor. Cuando alguien decide pasar por alto o desafiar el consejo del Profeta viviente, se pone en una situación muy peligrosa.” (Pte. Gordon B. Hinckley, Liahona, enero de 1997, pág. 44).

El autor del libro de Eclesiastés encontró una forma sencilla pero eficaz de resumir el objeto de nuestra existencia terrenal. Vale la pena terminar este mensaje con sus palabras:

“El fin de todo este asunto que has oído es éste: Teme a Dios y guarda sus mandamientos, porque esto es el todo del hombre.

“Porque Dios traerá toda obra a juicio, junto con toda cosa oculta, buena o mala.” (Eclesiastés 12:13-14)

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