EN ESTA NAVIDAD
De todas las proclamas alguna vez pregonadas desde el inicio de los tiempos, tal vez la más trascendental haya sido la que oyeron unos humildes pastores una cálida noche de verano, en las colinas cercanas a una pequeña aldea judía llamada Belén, hace ya más de 2000 años.
Lucas
relata el acontecimiento en estos términos:
“Y había pastores en la misma región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre sus rebaños.
“Y he
aquí, se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los rodeó de
resplandor; y tuvieron gran temor.
“Pero el
ángel les dijo: No temáis, porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que serán
para todo el pueblo:
“que os
ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor.
“Y esto
os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un
pesebre.
“Y
repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales,
que alababan a Dios y decían:
“¡Gloria
a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los
hombres!”1.
El nacimiento de Jesús constituye el evento central de la historia de la humanidad puesto que se trata del advenimiento de quien, mediante Su sacrificio, abrió las puertas a la salvación de todo el género humano. No hay (ni habrá) otra “senda; y no hay otro camino, ni nombre dado debajo del cielo por el cual el hombre pueda salvarse en el reino de Dios”2.
Para un mundo en crisis como el de estos tiempos (de hecho, parece que siempre ha estado en crisis salvo en algunos breves períodos y en contados lugares), debería ser significativo el mensaje del coro de ángeles que, alabando a Dios, exclamaba el deseo casi universal de que la paz y la buena voluntad reinen entre los hombres. Ese mensaje es más que una expresión de deseo. Encierra una crucial enseñanza que la historia ha corroborado una y otra vez: que Jesucristo es el único “camino, y la verdad y la vida”3.
Hoy en
día vemos cómo gobiernos y organizaciones de toda naturaleza buscan “la
solución” a las injusticias, a la violencia, a la drogadicción, al abuso y a la
pobreza. Vemos cómo unos reclaman más represión, cárceles y penas, en tanto que
otros bregan por indulgencia, reinserción social y más libertades. Vemos cómo
la inmoralidad se extiende y se va vistiendo de ropaje distinguido, mientras
crecen los divorcios, el número de madres abandonadas, los enfermos de sida, el
consumo de drogas y la corrupción. Parecería que la solución no pasa por más cárceles,
aunque no deja de ser cierto que “por cuanto no se ejecuta en seguida la
sentencia contra una mala obra, el corazón (de muchos) de los hijos de los
hombres está dispuesto para hacer el mal”4.
Sin embargo, cuando una Voz se alza diciendo:
“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi a yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es fácil y ligera mi carga.”5, el corazón de los hombres tiende a desfallecer y las sociedades, en un sentido colectivo, aunque “con sus labios (le) honr(en) ... (siguen) enseña(ndo) como doctrinas los mandamientos de los hombres, teniendo apariencia de piedad, mas negando la eficacia de ella”6.
La Navidad renueva cada año en quienes “cre(en) y sabe(n) que (Jesús) e(s) el Cristo, el Hijo del Dios viviente”7 la “firme esperanza de un mundo mejor”8, no sólo a la diestra de Dios sino también aquí, en esta tierra, por lo menos dentro de los muros de sus hogares, en la amistad sincera de los amigos francos, en el servicio caritativo que lleva alivio a las almas afligidas, en la bondad de las palabras amables, en el ejemplo generoso de quienes deciden vivir Su palabra sin medir consecuencias, en la gratitud expresada en gestos de amor y, en definitiva, en la paz y buena voluntad que las enseñanzas del Salvador engendran.
Es en esta época del año, en la que conmemoramos el nacimiento de Jesús, que los comercios se atiborran de consumidores ávidos de gastar su dinero en regalos muchas veces costosos o innecesarios; la venta de bebidas alcohólicas se dispara junto con los accidentes y los excesos, al tiempo que en muchos hogares, la reflexión y la gratitud envuelven los corazones y en la serenidad de una noche tan especial como la víspera de la Navidad, la familia se reúne para afianzar sus lazos de amor y recordar al Redentor.
La
Navidad nos invita a hacer un alto en la vorágine de nuestras vidas para reiterar
nuestro compromiso de tomar a Jesús como nuestro modelo de vida y seguirlo. Es el
momento para agradecer cuanto hizo por nosotros y pensar cómo manifestar ese
agradecimiento con el regalo de nuestra consagración a Su obra. “Y me
ofreceréis como sacrificio un corazón quebrantado y un espíritu contrito”9,
dice el Señor; un corazón receptivo a Su voluntad y un espíritu dispuesto a
obedecerle con humildad y mansedumbre.
Ralph Waldo Emerson10 solía decir que “el mejor regalo es una porción de ti mismo”. No hay dudas que tenía razón, pues tal vez sea lo que más nos cueste regalar. Jesús se ofreció a sí mismo, no una porción sino enteramente, dándonos el mejor de los regalos: el don de la vida eterna. Que esta Navidad nos pueda encontrar dándole lo mejor de nosotros mismos...
1) Lucas 2:8-14 (cursiva agregada)
2) 2 Nefi
31:21
3) Juan
14:6
4)
Eclesiastés 8:11
5) Mateo
11:28-30
6) José
Smith – Historia 1:19
7) Juan
6:69
8) Véase
Mateo 13:3-23
9) 3 Nefi
9:20
10) Escritor, filósofo y poeta estadounidense (1803-1882)
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