ENFRENTANDO LAS PRUEBAS

A todos nos llegan ocasiones en la vida en que somos probados de una manera que desearíamos no tener que experimentar. Hay toda clase de pruebas. Pequeñas y grandes. Es la ley de la vida. Vinimos a este mundo para ser probados (Abraham 3:24) y no podemos escapar al hecho de que debe existir una oposición en todas las cosas (2 Ne 2:11).

 Pero algunas pruebas parecen superar nuestra capacidad de sufrir. En esos momentos tendemos a pensar "por qué yo" o simplemente nos resistimos a aceptar que "nos haya tocado a nosotros". Entonces puede aflorar el sentimiento de impotencia que mina aún más nuestra capacidad de soportar lo que ya nos parece insoportable.

 Recientemente una de nuestras hijas sufrió un accidente que la llevó al borde de perder la vida. En tanto todos aguardábamos con ansiedad la evolución de los acontecimientos, un cúmulo de emociones y temores asaltaban nuestras mentes. Es en circunstancias como esas que se pone a prueba todo: el significado de la vida y de la muerte, nuestra relación con Dios, nuestra vulnerabilidad, el propósito y destino de nuestra existencia... Vivimos aferrados a este mundo y creemos estar inmunes a esas desgracias hasta que nos acontecen.

 Pero es precisamente en condiciones tan indeseables como esas que pueden ponerse de manifiesto más claramente y con una certeza insospechada las bendiciones y ayuda de nuestro Padre Celestial. Como si todo lo aprendido de las Escrituras, como si toda la fe acumulada a través de las oraciones, como si toda la experiencia vivida en lo personal y por otros, se sumaran para traer la paz y el consuelo que llevan a decir (y sentir) como dijo Jesús: "pero no se haga mi voluntad, sino la tuya." (Lucas 22:42).

 Ciertamente "Dios no hace acepción de personas" (Hch 10:34). Esto no solamente significa que nadie está libre de sufrir, sino también que todos podemos ser consolados por Él. "La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo."(Juan 14:27). "En el mundo tendréis aflicción. Pero confiad; yo he vencido al mundo." (Juan 16:33).

 ¿Cómo puede uno enfrentar la adversidad, especialmente aquella que lo lleva a uno a una situación límite?

 Cada uno debe cargar su propia cruz hasta el Calvario. Es un camino singular, con tramos desconocidos, pero no tenemos por qué recorrerlo solos. Sean cuales fueran las piedras que encontremos en el camino debemos tener presente a toda hora que el "Hijo del Hombre ha descendido debajo de todo ello" y no somos mayores que Él (DyC 122:8).

 ¡Qué alivio trajeron en aquellas horas las oraciones que subían de nuestro corazón a los oídos de nuestro Padre! Qué bálsamo descansar en Él nuestro dolor recordando su invitación: "Venid a mi todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas.  Porque mi yugo es fácil y ligera mi carga." (Mt 11:28:30)

 Cuando los hijos de Israel debieron atravesar el río Jordán para entrar en la Tierra Prometida, el Señor mandó que siguieran el Arca del Pacto que iría delante de ellos. Pero a los sacerdotes que cargaban el Arca les fue mandado entrar en las turbulentas corrientes del Jordán, que estaba crecido a esa altura del año, y recién después de asentar los pies en el agua el río se dividió para dejarles pasar (Jos 3:15). Fue un acto de fe.

 Cuando le fue mandado a Nefi ir a buscar los anales en poder de Labán, la escritura dice que " iba guiado por el Espíritu, sin saber de antemano lo que tendría que hacer" (1 Ne 4:6). Fue un acto de fe.

 Cuando María respondió al ángel: "He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra" (Lc 1:38) desconocía qué habría de pasarle al ver la gente que, no estando aún casada, sí estaba encinta. Las posibilidades de morir apedreada por adúltera eran más que probables. Fue un acto de fe.

 Al entrar en las aguas más turbias de la adversidad, al penetrar en el camino de las incertidumbres de la vida, al arriesgarlo todo por "permanecer en Cristo" no hacemos más que seguir esos ejemplos y con certeza cosecharemos sus logros. Aunque nos cueste aceptarlo fueron sus desgracias las que prepararon a Job para exclamar: "Jehová dio y Jehová quitó: ¡Bendito sea el nombre de Jehová!" (Job 1:21).

 Hoy nuestra hija se encuentra en recuperación y el accidente no le dejará secuelas. Hemos sido bendecidos grandemente; más allá de nuestra comprensión. No todas las historias terminan igual, pero el Amor de Dios permanece y "fiel es Dios, que no (n)os dejará ser (probados) más de lo que poda(mos) resistir, sino que dará también juntamente con la (prueba) la salida, para que poda(mos) soportar" (1 Co 10:13).

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