ESPERANDO LO INESPERADO

Situado en el suroeste del Pacífico, a mitad de camino entre el continente australiano y las islas Fiji, se encuentra el archipiélago de Vanatu, nombre que en el idioma nativo significa “Nuestra Tierra Eterna”. Se trata de un lugar paradisíaco rodeado de la inmensidad azul del océano que se entrelaza con el cielo a través del nítido horizonte que circunvala las islas.

En una de ellas, llamada Pentecostés, la tribu local practica desde el pasado más remoto un ritual anual que comienza con el crecimiento de la primera cosecha de yam, un tubérculo que forma parte tradicional de su alimentación.

El ritual se inicia en cada pueblo con la construcción de una gran torre de madera que llega hasta los veinticinco metros. Varios hombres y hasta niños, algunos muy jóvenes, saltan desde precarias plataformas, situados en lo alto de las torres, sujetos por los tobillos con unas lianas que evitarán que se estrellen con la cabeza contra el suelo, pues la longitud de las mismas debe ser al menos veinticinco centímetros menores a la altura de la torre.

Durante dos días festivos consecutivos, con bailes y cantos rituales, los isleños celebran esta tradición ancestral con la esperanza de que las futuras cosechas sean favorecidas por sus dioses a cambio de semejantes demostraciones de coraje.

El salto entraña serios riegos que pueden incluso ser fatales. Quienes saltan dan muestras de valor y se aseguran el favor del pueblo. Seguramente no ha de ser sencillo pararse al borde de la plataforma, mirar veinticinco metros hacia abajo y preguntarse si la liana resistirá el peso del cuerpo; si las coyunturas sobrevivirán al impacto del estirón al tensarse la cuerda; o si la cabeza impactará contra el suelo al final de la caída.

En el transcurso de nuestra existencia terrenal podemos vernos enfrentados muchas veces a desafíos similares. Subidos sobre la plataforma del diario vivir nos vemos impelidos a saltar hacia lo desconocido sin tener un atisbo de lo que nos espera como consecuencia de nuestra decisión.

Tiempo atrás leí un artículo sobre las personas exitosas. No recuerdo todos los detalles, pero sí una afirmación que hacía su autor respecto a una cualidad común en la mayoría de ellas: se caracterizan por “esperar lo inesperado”.  Cuando se procede de esa forma, uno trata de prepararse para cualquier obstáculo que pueda surgir, cualquier circunstancia no prevista que se interponga en el camino.

“Porque, ¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, para ver si tiene lo que necesita para acabarla?

No sea que después que haya puesto el fundamento, y no pueda acabarla, todos los que lo vean comiencen a hacer burla de él, diciendo: Este hombre comenzó a edificar y no pudo acabar.”(Lucas 14:28-30)

Aun así, siempre queda margen para el error. No podemos preverlo todo debido a que nuestra condición mortal nos sujeta a la incertidumbre tornándonos vulnerables. ¿Qué, pues, podemos hacer?

Imaginemos ser uno de los tantos que acompañaban a Moisés en la huida de Egipto. Durante días hemos estado marchando hacia el mar Rojo, dirigiéndonos a la liberación bajo la dirección de un profeta que ha hecho maravillas ante los ojos del Faraón. Sin embargo, nos encontramos ante las orillas del mar Rojo y percibimos, a poca distancia, la polvareda que levantan los ejércitos del Faraón, quienes nos persiguen en su afán de detenernos y volvernos a la esclavitud. Todo el pueblo, mujeres, ancianos y niños ven horrorizados que un final trágico les espera. La única vía libre es a través del mar. Sabemos cómo fue finalmente librado Israel de los ejércitos egipcios y el final trágico de éstos...

Más adelante, cuando el pueblo llegó ante las aguas del Jordán, lo encontraron crecido “(porque el Jordán suele desbordarse por todas sus orillas todo el tiempo de la siega)”(Josué 3:15).Y Josué dijo a los hijos de Israel: “He aquí, el arca del convenio del Señor de toda la tierra pasará el Jordán delante de vosotros. Tomad, pues, ahora doce hombres de las tribus de Israel, uno de cada tribu. Y acontecerá que cuando las plantas de los pies de los sacerdotes que llevan el arca de Jehová, Señor de toda la tierra, se asienten sobre las aguas del Jordán, las aguas del Jordán se dividirán, porque las aguas que vienen de arriba se detendrán como en un muro”. (Josué 3:11-13). El pueblo luego seguiría al arca del convenio manteniendo una distancia de unos novecientos metros.

¿Cuál hubiera sido nuestra reacción al ser uno de los escogidos para llevar el arca? Al acercarnos al agua y sentirla mojando nuestros tobillos, de frente a la embravecida corriente del Jordán y con el peso de la sagrada carga sobre nuestros hombros: ¿qué hubiéramos sentido?

Poco más de ochocientos años más tarde, en una Jerusalén embebida en la apostasía, un joven de buena familia recibe el mandato de rescatar los registros genealógicos y una copia de los sagrados escritos de los profetas que un malvado pariente conserva en su poder. La misión es esencial para asegurar la supervivencia espiritual de la colonia que su padre dirige por mandato divino, en un peregrinaje singular hacia el continente americano.

Después de vanos intentos por conseguir los registros, sus hermanos le instan a desistir. Resuelve dejarlos a buen resguardo, pero no darse por vencido. Así, se dirige solo a enfrentar lo inesperado. ¿Qué pensamientos podrían haber inundado su mente mientras se dirigía de regreso a la casa de aquel pariente que anteriormente ya había amenazado de muerte a su hermano mayor? ¿Cómo enfrentaría los desafíos de su misión sin más recursos que su firme determinación de cumplir con la voluntad del Señor?

A quienes nos encontremos hoy como los israelitas ante el mar Rojo en aquel glorioso momento, las palabras de Moisés nos infundirán valor:

“No temáis; estad firmes y ved la salvación que Jehová hará hoy con vosotros... Jehová peleará por vosotros, y vosotros estaréis quietos.” (Éxodo 14:13-14)

A quienes sintamos que nos estamos metiendo en aguas bravías y no somos capaces de permanecer a flote en medio de nuestros problemas, Josué nos exhorta:

“Acercaos acá, y escuchad las palabras de Jehová vuestro Dios... En esto conoceréis que el Dios viviente está en medio de vosotros, y que él echará de delante de vosotros “a vuestros enemigos. (Josué 3:9-10)

A quienes sintamos temor a lo inesperado; a quienes nos veamos abrumados por la incertidumbre acerca de nuestro futuro; a quienes nos encontremos rodeados por la oposición ;  a quienes, como José Smith, sintamos que “las bravas olas conspiran contra (nosotros)... (que) el viento huracanado se hace (nuestro) enemigo; (que) los cielos se ennegrecen y todos los elementos se combinan para obstruir la vía; y sobre todo, (que) las puertas mismas del infierno  (parecen abrirse) de par en par para tragar(nos)”; en fin, a todos nosotros, el ejemplo de Nefi nos muestra el camino a la esperanza, a la paz de espíritu, a la certeza de que los límites de (nuestros enemigos) están señalados, y no los pueden traspasar. (Nuestros) días son conocidos y (nuestros) años no serán acortados” (Doctrina y Convenios 122:7,9).

De modo que, siguiendo a Nefi, avancemos hacia adelante “guiado(s) por el Espíritu, sin saber de antemano lo que tendr(emos) que hacer” (1 Nefi 4:6), pues “todas las cosas obrarán juntamente para (n)uestro bien” (Doctrina y Convenios 90:24), si andamos en rectitud y recordamos los convenios que hemos hecho. 


Entonces, al “esperar lo inesperado”, sentiremos que “el Espíritu Santo será (nuestro) compañero constante, y (nuestro) cetro, un cetro inmutable de justicia y de verdad; y (nuestro) dominio será un dominio eterno, y sin ser compelido fluirá hacia (nosotros) para siempre jamás” (Doctrina y Convenios 121:46).

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