JESUCRISTO, NUESTRO COMPAÑERO DE VIAJE
El amor de Dios
Esta generosa relación de Dios con Sus hijos se basa en Su amor por nosotros. En quienes llegan a conocerla y valorarla, despierta un sentimiento de gratitud y lealtad que, a su vez, se traduce en amor hacia Él y Su obra. Para quien se esfuerza por vivir esa relación con Dios en plenitud, el primer y grande mandamiento de “ama(r) al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma y con toda tu mente”3 no representa ningún estorbo, ya que aprendió a “ama(rle) a él, porque él (le) amó primero”4.
En Su infinita misericordia, nuestro Padre Celestial ha permitido que nos sea posible comunicarnos con Él. Su voz nos viene a través de las Escrituras y los susurros del Espíritu Santo quien, ya sea por inspiración o revelación, nos hace llegar Su guía. Por nuestra parte, podemos hablar con nuestro Padre Celestial por medio de la oración. Por este conducto podemos entregarle nuestra alma y compartir con Él nuestros más profundos sentimientos.
Juan el evangelista
testificó del amor de Dios y
vio
en el ministerio de Jesús el
símbolo más admirable de ese amor: “Porque de
tal manera amó Dios al mundo que ha dado
a su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga
vida eterna”5.
La necesidad de un Salvador y Redentor
El sacrificio expiatorio que Jesús llevó adelante en el Jardín de Getsemaní (y posteriormente clavado en la cruz) le convirtió en nuestro Salvador y Redentor, haciendo posible esa promesa de vida eterna a todo aquél que guarde los mandamientos del Padre. Es por ello que “no hay otro nombre dado debajo del cielo sino el de ... Jesucristo ...mediante el cual el hombre pueda ser salvo”6.
Su sacrificio expiatorio hizo posible que “toda potestad (l)e (fuera) dada en el cielo y en la tierra”7 y, recibiendo la plenitud de la gracia8, “vino a ser el autor de eterna salvación para todos los que le obedecen”9. Esa gracia o poder de Dios que lleva a cabo la salvación del hombre necesitaba para su aplicación “un sacrificio infinito y eterno”10 que sólo Jesucristo sería capaz de llevar a cabo.
El papel central que Jesucristo desempeñó en el Plan de Salvación al ofrecerse voluntariamente como nuestro Salvador y Redentor es resaltado en el hecho de que tenemos el mandamiento hacer todas las cosas las cosas “en el nombre de Cristo”11. Nefi enseñó que en ello radica “el significado entero de la ley, pues todo ápice señala a ese gran y postrer sacrificio; y ese gran y postrer sacrificio será el Hijo de Dios, sí, infinito y eterno”12.
Jesús es nuestro Mediador
Cristo es además el Mediador entre Dios y Sus hijos. Lo es en el sentido que acercar al hombre arrepentido al perdón divino. Mas también lo es por su infinita compasión. Cuando visitó a los nefitas les dijo:
“He aquí, mis entrañas rebosan de compasión por vosotros. ¿Tenéis enfermos entre vosotros? Traedlos aquí. ¿Tenéis cojos, o ciegos, o lisiados, o mutilados, o leprosos, o atrofiados, o sordos, o quienes estén afligidos de manera alguna? Traedlos aquí y yo los sanaré, porque tengo compasión de vosotros; mis entrañas rebosan de misericordia.”13
En su papel de mediador, Cristo intercede por nosotros ante el Padre y ruega por nosotros para que seamos bendecidos; para que superemos nuestros dolores, nuestras limitaciones, nuestras adversidades; para que nuestras oraciones sean contestadas si pedimos lo que es correcto. Así, cuando oramos al Padre en Su nombre, nuestras oraciones ascienden hasta las alturas del trono divino. “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal.”14
Jesús es nuestro modelo de vida
Durante Su ministerio terrenal, el Salvador nos mostró con sus actos y palabras la clase de hombres que debemos llegar a ser si queremos alcanzar la vida eterna. En este sentido, Él puede estar a nuestro lado en todo momento, siempre y cuando tengamos Su ejemplo en mente a toda hora y aspiremos a ser mejores personas. Nuestro progreso está en relación directa con el grado de proximidad de nuestra vida a la Suya. De esta forma se convierte en una presencia activa que nos ayuda a superar desafíos, a vencer obstáculos, a crecer en espiritualidad y servicio, a sentirnos más felices a pesar de las pruebas que enfrentamos.
Él nos exhorta: “Por lo tanto, ¿qué clase de hombres habéis de ser? En verdad os digo, aun como yo soy”15. De todas las preguntas que podamos hacernos, tal vez la más trascendente y frecuente debiera ser: ¿qué haría Cristo en mi lugar?
Jesús es nuestra fuente de consuelo
¿Cuántas veces nos ha tocado sufrir lo que hemos considerado insufrible? ¿Cuántas veces nos hemos visto expuestos a la injusticia, a la incomprensión, a la discriminación o a toda otra forma de violencia en un mundo que gime bajo el peso de la iniquidad? ¿Cuántas veces nos hemos sentido impotentes, desanimados, vulnerables o caídos? ¿Cuántas veces nos ha parecido que no merecemos lo que nos ha tocado padecer y nuestro corazón desfallece ante las pruebas que enfrentamos? ¿Cuántas veces hemos sido lastimados por los seres que amamos, abandonados por nuestros amigos o acosados por quienes buscan nuestro infortunio? ¿Cuántas veces la enfermedad ha tocado a nuestras puertas (sea para afectarnos personalmente o a algún ser querido) y nos hemos sentido indefensos por causa de nuestra debilidad?
En la vida todos pasamos por momentos como los descritos o similares. Para aquellas instancias o cualesquiera otras (como las que le tocaron pasar a José Smith en la cárcel de Liberty) las palabras de Jesús resuenan a los oídos del corazón cual suave susurro, llevando consuelo y esperanza:
“Si te es requerido pasar
tribulaciones ... entiende,
hijo mío, que todas estas
cosas te servirán de experiencia, y serán para tu bien.
El Hijo del Hombre ha descendido
debajo de todo ello. ¿Eres tú mayor que él?”16
“Estas cosas os he hablado para que en mí
tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción. Pero
confiad; yo he vencido al mundo.” 17
En la certeza del poder consolador de Cristo, Pablo nos aconsejó:
“Por tanto, teniendo
un gran sumo sacerdote, que ha entrado en los cielos, Jesús
el Hijo de Dios, retengamos la fe que profesamos.
“Porque no tenemos un sumo sacerdote que no
pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino uno que fue tentado
en todo según nuestra semejanza,
pero sin pecado.
“Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia,
para alcanzar misericordia, y hallar gracia para el oportuno socorro.”18
Jesús es nuestro poder
Hemos nacido con el don del albedrío. Ello significa que, en alguna medida, se nos ha otorgado, en determinada porción, el don del poder para actuar, sin el cual no podríamos ejercer el don del albedrío.
Amén de nuestro propio poder, el cual ciertamente es muy limitado en esta vida terrenal, coexistimos con otras fuentes de poder: el poder de los demás, el poder del adversario (y quienes apoyan su obra) y el poder de Dios.
El ejercicio del poder es una gran prueba. Para muchos es su gran prueba puesto que, como se señala en Doctrina y Convenios, “hemos aprendido, por tristes experiencias, que la naturaleza y disposición de casi todos los hombres, en cuanto reciben un poco de autoridad, como ellos suponen, es comenzar inmediatamente a ejercer injusto dominio”19.
En alguna medida, la limitación del poder del hombre es consecuencia de tal disposición casi
universal. Pero a los verdaderos
discípulos Dios no los ha dejado desprovisto. Les
ha dado la oportunidad de estar bajo la protección del manto del
Sacerdocio (que es el poder de Dios) y ha puesto a Jesús a la cabeza de la administración de ese poder.
Por ende, Jesús es nuestra fuente
de poder, no sólo porque luchó antes que el mundo
fuese por nuestro albedrío y la consiguiente porción de poder terrenal que manejamos,
sino porque en Él está el poder que nos hace falta
para vencer sobre todos
nuestros enemigos.
Ese poder, desde luego, no puede atraerse “sino conforme a los principios de la rectitud”20, pero ciertamente, como sentenció Pablo, “todo (se) pued(e) en Cristo que (nos) fortalece”2.
En resumen, Cristo no es un ser distante que, en
una época muy pretérita,
luchó y obtuvo grandes
beneficios para la humanidad; un ser
que en el meridiano
de los tiempos expió los pecados del mundo y en el nombre de quien
se nos manda hacer todas
las cosas ante el Padre.
Jesucristo está presente en nuestro diario vivir. Si bien es cierto que le veneramos como nuestro Salvador por encima de todo, Él además intercede por nosotros siempre que lo necesitemos y tengamos derecho a ello; es el Maestro que nos enseña cómo vivir de acuerdo con la voluntad del Padre y ser felices en todo momento y bajo cualquier circunstancia; es nuestra fuente mayor de consuelo y esperanza, y de Él obtenemos el poder que necesitamos para seguir adelante y jamás darnos por vencidos. Es nuestro compañero de viaje si lo recibimos como tal en nuestro corazón y reflejamos Su imagen en nuestra alma.
Él es todo eso y mucho más, pues a la manera de como lo expresó Juan, otras muchas cosas buenas es Jesús,
las cuales, si se
escribiesen cada una de ellas,
ni aun en el mundo cabrían los libros que se
habrían de escribir22.
1) Véase Abraham 3:24-26
2) Doctrina y Convenios 14:7
3) Mateo 22:37
4) 1 Juan 4:19
5) Juan 3:16 (cursiva agregada)
6) 2 Nefi 25:20
7) Mateo 28:18
8) Véase Doctrina y Convenios 93:11-14
9) Hebreos 5:9
10) 3 Nefi 27:7
11) Doctrina y Convenios 46:31
12) Alma 34:14 13)3 Nefi 17:6-7
14) Juan 17:15
15) 3 Nefi 27:27
16) Doctrina y Convenios 122:5,7-8
17) Juan 16:33
18) Hebreos 4:14-16
19) Doctrina y Convenios 121:39
20) Ibid.. 121:36
21) Filipenses 4:13
22) Véase Juan 21:25
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