Durante el invierno de 1834-35, el profeta José Smith
dedicó parte de su tiempo a la preparación de lo que denominó DISCURSOS SOBRE
LA FE, una serie de lecciones a ser presentadas en la Escuela de los Profetas
(Véase D y C 88:127, 136-141; 90: 7). Basadas en las clases de teología que se
habían impartido hasta ese momento en la mencionada escuela, debían ser
incluidas en la publicación de Doctrina y Convenios, acompañado la recopilación
de revelaciones recibidas.
Aunque nunca se incluyeron dichos Discursos en el canon
de escrituras aceptadas como revelación divina por la Iglesia, su valor en la
formación de los santos mereció que durante años permanecieran incluidos en el
libro de Doctrina y Convenios. Las ediciones modernas de ese libro no los contienen.
En el sexto Discurso José Smith analiza cómo el hombre
encuentra la fuerza para seguir el camino que Dios le ha señalado. Comienza
estableciendo que debemos tener el conocimiento de que la dirección que nuestra
vida lleva “está de acuerdo con la voluntad de Dios, para que así [podamos]
ejercer fe en Él para vida y salvación”.
Según el Profeta, “la situación de los Santos de Dios [es
tal], que a menos que ellos tengan un conocimiento completo de que la dirección
que lleva su vida está de acuerdo con la voluntad de Dios, su mente se fatigará
y ellos desfallecerán. Porque la oposición en el corazón de los no creyentes, y
los que no conocen a Dios, siempre ha sido, y siempre será tal contra la
religión pura del cielo (la única que asegura la vida eterna), que perseguirán
al extremo a todos los que adoran a Dios de acuerdo con Sus revelaciones, y que
reciben la verdad con amor, y se someten para ser dirigidos y guiados por
Dios”.
Porque, continúa diciendo, “para que un hombre ofrezca
todo, su carácter y reputación, su honor, su buen nombre entre los hombres, su
casa, sus tierras, sus hermanos y hermanas, su esposa e hijos, y aun su vida
misma considerando todas las cosas como inmundicia o escoria comparadas con la
excelencia de conocer a Jesucristo requiere más que la simple creencia o
suposición de que está haciendo la voluntad de Dios. Ese hombre requiere
conocimiento cierto, comprendiendo que, cuando los sufrimientos terminan, él
encontrará un eterno descanso y será un participante de la gloria de Dios”.
El concepto que de esta manera introduce en nuestras
mentes es a la vez sublime y estremecedor. Señala el camino a la exaltación,
pero muestra, a su vez, que dicho camino requiere de sacrificios; sacrificios
que no siempre creemos estar preparados para sufrir. Sin embargo, las
Escrituras son claras al respecto:
“Todo lo creemos, todo lo esperamos; hemos sufrido muchas
cosas, y esperamos poder sufrir todas las cosas.” (Artículo de Fe 13, cursiva
agregada)
El propio
Jesucristo nos ha dado ejemplo. Pablo dice en su epístola a los Hebreos que
“aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia” (Hebreos 5:8).
Al leer estas líneas nuestro corazón podría sufrir un
vuelco al reflexionar sobre nuestra debilidad natural y la perspectiva de
sufrir más allá de lo que podamos soportar. Resulta un gran alivio saber que,
así como Dios “no [n]os dejará ser tentados más de lo que poda[mos] resistir”
tampoco dejará que seamos probados más de lo que podamos resistir, “sino que
dará también juntamente con la tentación [o prueba] la salida, para que
poda[mos] soportar” (1 Corintios 10:13, paréntesis agregado).
Pues, como lo afirma Pablo:
“Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda
compadecerse de nuestras flaquezas, sino uno que fue tentado en todo según
nuestra semejanza, pero sin pecado.
“Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia,
para alcanzar misericordia, y hallar gracia para el oportuno socorro.” (Hebreos
4:15-16)
Y una vez más podemos oír la voz del Señor exhortándonos:
“Estas cosas os he hablado para que en mi tengáis paz. En
el mundo tendréis aflicción.
Pero confiad; yo he vencido al mundo.” (Juan 16:33)
Nuestro Padre Celestial es un Dios de misericordia. Su
corazón rebosa de amor infinito por nosotros. Él desea que volvamos a Su
presencia y tengamos la vida eterna junto a Él. También desea que nuestra vida
en la tierra sea una vida de gozo (véase 2 Nefi 2:25). Pero el gran Plan
requiere también que seamos probados, “pues de otro modo ... no se podría
llevar a efecto la rectitud ni la iniquidad, ni tampoco la santidad ni la
miseria, ni el bien ni el mal. De modo que todas las cosas ... tendría[n] que
haber sido cread[as] en vano; de modo que no habría habido ningún objeto en su
creación. Esto, pues, habría destruido la sabiduría de Dios y sus eternos
designios, y también el poder, y la misericordia, y la justicia de Dios”. (2
Nefi 2:11-12)
Es por eso que José Smith escribió:
“Observemos aquí que LA RELIGIÓN QUE NO DEMANDA EL
SACRIFICIO ABSOLUTO DE TODO, TAMPOCO TIENE EL PODER DE PRODUCIR LA FE NECESARIA
PARA VIDA Y SALVACIÓN. Porque desde la primera etapa del hombre, la fe
necesaria para gozar de vida y salvación jamás pudo ser obtenida sin el
sacrificio absoluto de todo lo terrenal. Es por medio de ese sacrificio, y de
ninguna otra manera, que Dios ha ordenado que los hombres gocen de vida eterna.
Y es por medio del sacrificio de todo lo terrenal, que los hombres llegan a
saber que están haciendo lo que es aceptable a la vista de Dios. Cuando el
hombre ha sacrificado todo lo que posee en pos de la verdad, ni siquiera
escatimando su vida misma, y creyendo ante Dios; que se le ha llamado a hacer
tal sacrificio porque busca hacer la voluntad de Dios, ese hombre sabe, por
seguro, que Dios acepta, y aceptará, su sacrificio y ofrenda, y que su búsqueda
de Dios no ha sido en vano.
Entonces, bajo tales circunstancias, ese hombre puede
obtener la fe necesaria para obtener la vida eterna.
“Es en vano que los hombres se imaginen que serán
herederos, o que pueden ser herederos, con aquellos que han ofrecido todo en
sacrificio, y que han obtenido fe en Dios, y han obtenido Su favor para
alcanzar vida eterna---a menos que ellos también ofrezcan ante Dios el mismo
sacrificio y, por ese medio, obtengan el conocimiento de que son aceptados por
Dios.”(Discursos sobre la fe, sexto discurso, mayúscula agregada)
Estas cosas pueden parecernos difíciles de asimilar, pero
son esenciales para nuestra salvación... y para alcanzar la paz en esta vida.
La felicidad no estriba “en la abundancia de los bienes
que pose[amos]” (Lucas 12:15) ni en que vivamos exentos de problemas. Más bien
se encuentra en complacer a Dios. En suma, “el fin de todo este asunto ... es
éste: Tem[amos] a Dios y guard[emos] sus mandamientos, porque esto es el todo
del hombre” (Eclesiastés 12:13).
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