TOMEMOS LA DECISIÓN DE SER HUMILDES

Las Escrituras son ricas en relatos sobre la vida de personajes que supieron dejar su huella en la historia. Es así que podemos leer en ellas acerca de grandes hombres como Moisés, José (el que fue vendido a Egipto), Josué y Samuel entre otros. Todos ellos han sido ejemplo, para su posteridad y para el mundo, de hombres sabios y obedientes a los consejos de Dios. Han llevado adelante Su obra y supieron vivir de acuerdo con Su voluntad, entrando finalmente en “el reposo del Señor”1.

Las Escrituras también nos enseñan acerca de otros hombres y mujeres que pasaron a la historia por sus errores y malas conductas. Algunos casos resultan patéticos, puesto que tratan de personas que en un tiempo gozaron del favor del Señor por causa de su fidelidad y luego terminaron en un estado caído como resultado de sus imprudencias, ambiciones, vanidades o flaquezas. Tales son, por ejemplo, los casos del rey Saúl, de su sucesor David, del sacerdote Elí y, tal vez el más trágico, el del traidor Judas Iscariote.

Entre éstos últimos casos se encuentra el de Sansón. Juez en Israel, héroe de la lucha contra los filisteos y bendecido con una fuerza que sobrepujaba la de cualquier otro hombre, Sansón tuvo todas las oportunidades para ser recordado como uno de los grandes de Israel.” Y había un hombre de Zora, de la tribu de Dan, el que se llamaba Manoa; y su esposa era estéril y nunca había dado a luz.

“A esta mujer se le apareció el ángel de Jehová y le dijo: He aquí que tú eres estéril y no has dado a luz, mas concebirás y darás a luz un hijo... y no pasará navaja sobre su cabeza, porque el niño será nazareo para Dios desde el vientre, y él comenzará a librar a Israel de manos de los filisteos.”2

“Y la mujer dio a luz un hijo, y le puso por nombre a Sansón. Y el niño creció, y Jehová lo bendijo. Y el espíritu de Jehová comenzó a manifestarse en él...”3.

El tiempo pasó y Sansón se convirtió en un líder para su pueblo por causa de sus proezas en el campo de batalla contra los filisteos, los cuales habían sojuzgado a Israel por cuarenta años. Ya convertido en juez, gozaba de privilegios y poder entre su gente. Habiendo juzgado a Israel por unos veinte años siendo una figura pública, respetada y honrada por el pueblo cuando conoció a Dalila, la mujer que le llevaría a la destrucción.

Todos conocemos la historia de su relación con Dalila y la forma en que esa mujer llegaría a conocer, a través de sus insistencias, el secreto de la fuerza de Sansón, entregándole luego a los príncipes filisteos. ¿Cómo pudo esa mujer lograr lo que no pudieron miles de filisteos embravecidos que lo odiaban y estaban sedientos de su sangre?

Algunas personas creen que fueron los encantos y las dotes persuasivas de Dalila las que le permitieron derribar la voluntad del indomable guerrero. Esto es cierto en parte, pues las Escrituras nos informan que, “presionándole ella cada día con sus palabras e importunándole, (logró que el) alma (de Sansón) fue(ra) reducida a mortal angustia”4, terminando aquél por revelarle su verdadera fuente de poder.

Pero también nos muestran que Sansón fue muy descuidado al no sospechar de ella cuando repetidamente intentaba dejarlo en una situación de vulnerabilidad frente a los filisteos5. ¿Por qué razón obró de esa manera? La verdad es que a esa altura de su vida era muy confiado de sí mismo y de sus propias fuerzas. Nunca pensó que podría caer, nunca pensó que podría ser traicionado, que podría perder su fuerza. Esa flaqueza fue la que minó su resistencia.

Se ha dicho que “la confianza es madre del descuido”6. Así como sucedió con Sansón, la vida puede llevarnos a situaciones en que nos sintamos incautos, “pacifica(dos) y ... adormec(idos) con seguridad carnal, de modo que di(gamos): Todo va bien ... sí, (estamos) prospera(ndo), todo va bien”7.

Sin embargo, una de las cualidades cristianas que más se exalta en las Escrituras es la humildad. El diccionario la define como la “virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento”8. En un sentido espiritual, la humildad significa “reconocer con agradecimiento (nuestra) dependencia del Señor y comprender que (tenemos) la necesidad constante de recibir Su apoyo”9.

La insistencia del Señor en que debemos ser humildes obedece a que nos ama y desea que sepamos que somos “como el pámpano (que) no puede llevar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, (que) así tampoco (n)osotros si no permanec(emos) en (Él)”10.

Pablo manifestó en su epístola a los Filipenses: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”11. Pero esta no era una manifestación de orgullo pues, como lo declaró en otro pasaje: “de mí mismo en nada me gloriaré, sino en mis debilidades”12. Él sabía que la conciencia de sus propias limitaciones (las cuales le podían hacer fácil presa de las tentaciones y las acechanzas del adversario) era la clave para buscar la ayuda del Señor, la cual, por su fidelidad, podía esperar que le fuera derramada sobre su cabeza “abundantemente y sin reproche”13. Sansón llegó a olvidar que su fuerza era un don de Dios y no una cualidad personal propia.

Nuestra fortaleza no reside en los llamamientos que tengamos en la Iglesia, aunque trabajar diligentemente en la obra del Señor refleja nuestro compromiso con Él. No se funda en nuestra reputación, aunque seguramente ésta será tenida en cuenta a la hora que seamos juzgados ante el trono de Dios. No deviene tampoco de nuestras vinculaciones personales, aunque las amistades y las personas con quienes trabajamos ciertamente pueden influir en nuestras vidas. No proviene de las riquezas que hayamos acumulado ni del poder temporal que poseamos, aunque estos elementos puedan ayudarnos a hacer el bien entre los hombres. No depende de lo que el mundo llama “suerte” ni de las circunstancias de nuestro entorno, aunque obviamente la oportunidad de haber conocido las palabras del Maestro sí puede hacer un cambio en nuestra vida si somos receptivos a ellas.

Nuestra fortaleza está en el Señor; en “el inefable don del Espíritu Santo”14 enviado de Su presencia; en la persistencia de practicar la santidad delante de Él15 y en el trabajar día a día sobre nuestro carácter buscando perfeccionarnos en la humildad. ¿Podemos aspirar a mayor bendición en esta vida que la promesa del Señor registrada en la sección 112 de Doctrina y Convenios: “Sé humilde; y el Señor tu Dios te llevará de la mano y dará respuesta a tus oraciones”16?

En su clásico discurso sobre el orgullo, el presidente Ezra Taft Benson resumió la clase de humildad que Dios espera de nosotros:

“Dios quiere un pueblo humilde. Podemos elegir entre ser humildes por decisión propia o porque se nos obligue a serlo. Alma dijo: 'Benditos son aquellos que se humillan sin ser obligados a ser humildes' (Alma 32:16). Por lo tanto, tomemos la decisión de ser humildes. “Podemos ser humildes venciendo la enemistad hacia nuestros hermanos, amándolos como a nosotros mismos y elevándolos hasta nuestra altura o por encima de nosotros (véase D. y C. 38:24; 81:5; 84:106).

“Podemos ser humildes aceptando los consejos y las amonestaciones que se nos dan (véase Jacob 4:10; Helamán 15:3; D. y C. 63:55, 101:4-5, 108:1; 124:61, 84; 136:31; Proverbios 9:8).

“Podemos ser humildes perdonando a aquellos que nos hayan ofendido (véase3Nefi 13:11, 14; D.yC. 64:10).

“Podemos ser humildes sirviendo con abnegación (véase Mosíah 3:16-17).

“Podemos ser humildes cumpliendo misiones y predicando la palabra que hará humildes también a otras personas (véase Alma 4:19; 31:35; 48:20).

“Podemos ser humildes asistiendo con más frecuencia al templo.

“Podemos ser humildes confesando y abandonando nuestros pecados y naciendo nuevamente de Dios (véase D. Y C. 58:43; Mosíah 27:25-26; Alma 5:7-14, 49).

“Podemos ser humildes amando a Dios, sometiendo nuestra voluntad a la suya y dándole a Él el lugar de prioridad en nuestra vida (véase 3 Nefi 11:11, 13:33; Moroni 10:32).

“Tomemos la decisión de ser humildes. Podemos hacerlo; yo sé que podemos.”17

1) Alma 13:12–13

2) Jueces 13:2-5

3) Ibid. versículos 24-25 (cursiva agregada)

4) Ibid. 16:16

5) Véase Jueces 16:6-15

6) Frase del escritor español Baltasar Gracián (1601-1658)

7) 2 Nefi 28:21

8) Diccionario de la Real Academia Española

9) Leales a la Fe, pág. 103

10) Juan 15:4

11) Filipenses 4:3

12) 2 Corintios 12:5

13) Santiago 1:5

14) Doctrina y Convenios 121:26

15) Véase 2 Corintios 7:1

16) Doctrina y Convenios 112:10

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