UNO CON NUESTRO PADRE CELESTIAL

La responsabilidad más grande que podemos asumir es llevar almas a Cristo, comenzando naturalmente por la nuestra. Cuando los misioneros enseñan los principios del Evangelio a una persona el desafío más importante que proponen al investigador es la de su bautismo. Cuando un niño con edad menor a los ocho años conoce la Iglesia o fue oportunamente inscrito en ella si nació de padres miembros, se aguarda con expectativa la llegada de su octavo cumpleaños para bautizarle si lo desea.

 

Visto desde ese punto de vista, el bautismo es una meta. Pero podemos preguntar como lo hacía Nefi: "Y ahora bien, amados hermanos míos, después de haber entrado en esta estrecha y angosta senda, quisiera preguntar si ya quedó hecho todo".

 

A lo cual respondía: " He aquí, os digo que no; porque no habéis llegado hasta aquí sino por la palabra de Cristo, con fe inquebrantable en él, confiando íntegramente en los méritos de aquel que es poderoso para salvar."

 

Y agregaba: "Por tanto, debéis seguir adelante con firmeza en Cristo,teniendo un fulgor perfecto de esperanza y amor por Dios y por todos los hombres. Por tanto, si marcháis adelante, deleitándoos en la palabra de Cristo,y perseveráis hasta el fin, he aquí, así dice el Padre: Tendréis la vida eterna." (2 Ne 31:19-20)

 

De ese seguir adelante con firmeza consiste el resto de nuestra vida terrenal. Pablo decía que al salir de las aguas bautismales uno " nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas" (2 Co 5:17). La experiencia indica, sin embargo, que las cosas viejas bien pueden volver si uno no se mantiene alerta y persevera con tesón.

 

La parábola del sembrador es explícita al respecto cuando se refiere a aquellas semillas que cayeron junto al camino, en pedregales o entre espinos (Mt 13:4-7). La falta de comprensión de la palabra, las aflicciones y las pruebas, la persecución, el afán por lo material o el engaño del mundo pueden minar nuestra determinación de seguir adelante con firmeza. Nuestras propias debilidades pueden traicionarnos o simplemente el desgano puede secar nuestras raíces.

 

Es ilustrativo el relato que el propio Jesús hace cuando cuenta acerca del hombre que se desprende de un espíritu inmundo.

 

"Cuando el espíritu inmundo ha salido del hombre, anda por lugares secos buscando reposo, pero no lo halla. Entonces dice: Volveré a mi casa de donde salí; y cuando llega, la halla desocupada, barrida y adornada. Entonces va y toma consigo otros siete espíritus peores que él, y entran y moran allí; y son peores las cosas últimas de aquel hombre que las primeras." (Mt 12:43-45)

 

La razón de la desgracia de aquel hombre es obvia. Terminó con ocho espíritus inmundos en su casa porque después de haberla barrida y adornada, la dejó vacía.

 

Cuando no mantenemos nuestra mente y corazón ocupados en seguir adelante con firmeza según lo aconseja Nefi, nuestro testimonio y nuestra fortaleza espiritual se va desvaneciendo. Tarde o temprano podemos quedar en inferioridad de condiciones para resistir aquellas cosas que nos alejan de la senda del Señor.

 

Tal vez en muchos casos sea ésta la razón por la cual personas que se bautizan con gozo y permanecen activas durante un tiempo, terminan por apartarse del camino enfriándose como un leño que cae fuera del hogar. Aún cuando la excusa para ser menos activo sea la falta de tiempo, la presión familiar, las necesidades económicas, problemas de relacionamiento con líderes u otros miembros, actividades laborales o recreativas impostergables, siempre se encontrará en el origen del problema una "casa vacía" que debiera haber estado ocupada por estudio de las Escrituras, oraciones frecuentes, servicio abundante y actividades espirituales edificantes.

 

El Pte. Kimball solía decir que nadie se inactiva por tener demasiado trabajo en la Iglesia. En otras palabras, el antídoto contra enfriamiento espiritual (una enfermedad de la que ninguno de nosotros está exento de sufrir el contagio) es el "estar anhelosamente consagrados a una causa buena, y hacer muchas cosas de (nuestra) propia voluntad y efectuar mucha justicia" (D&C 58:27).

 

Debemos centrar nuestra vida en nuestra religión y apartar de ella todo aquello que nos distraiga de lo que debe ser nuestro objetivo primordial: ser uno con nuestro Padre Celestial.

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