VALORES PERMANENTES

Cada vez con más frecuencia y en todos los ámbitos se oye hablar de crisis. Crisis económica, crisis política, crisis social. La violencia y la inseguridad marcan a fuego el presente y dibujan un futuro agobiante. Como hongos después de la lluvia diversas teorías brotan por doquier explicando razones y pregonando remedios.

     Pero el tiempo pasa y a pesar de los  esfuerzos de quienes mueven los hilos de la historia, la situación tiende  a empeorar. En un mundo globalizado nadie está exento de padecer el contagio de las enfermedades de su vecino.

     ¿Dónde está la raíz del problema? Tanto adelanto científico, tanto progreso filosófico y social, tanto avance en la comprensión de la naturaleza humana que ha hecho decir a algunos que pronto conoceremos el origen de la vida y hasta podremos manipularla a nuestro antojo.

     Lo cierto es que el mundo vive una crisis de valores.

     Ya no existe acuerdo sobre qué es lo bueno y qué lo malo. Mal y bien han pasado a ser valores relativos. La verdad de las cosas se determina por mayorías, cuando no por el uso de la fuerza. Se olvida que la aceptación popular no altera la categoría las cosas, tornando lo blanco en negro y lo negro en blanco.

     No se trata de retroceder. No se trata de renunciar los adelantos que han promovido el bienestar de la familia humana. Se trata de conservar lo que no se puede perder. Porque al perderlo se pierde el sentido de la vida.

     Parecería que ciertos valores elementales son inherentes a la vida misma y no tienen su origen en el propio hombre sino que han existido con él desde el comienzo de los tiempos. ¿Acaso el amor, el respeto a la vida, la virtud, la solidaridad, el bien y otros tantos valores pueden redefinirse por arbitrio del hombre, cambiando su esencia y adaptándola a las corrientes antojadizas de la sociedad moderna?

     La mayor tragedia consiste en olvidar el verdadero origen de esos valores. Y el propósito por el cual fueron legados a la humanidad.

     Cuando el hombre da las espaldas a su Creador, no sólo queda indefenso sino que también va perdiendo, lenta pero inexorablemente, los valores permanentes que recibió para este corto intervalo de tiempo que llamamos vida. Entonces pierde su rumbo. Cambia lo permanente por lo efímero. Se vende por lo trivial. En lugar de buscar tesoros se conforma con limosnas.

     Recientemente un joven se paseaba por la calle con una remera singular. Al frente traía una leyenda que rezaba: “DIOS HA MUERTO. (Nietzsche)”.

     En cambio sobre su espalda se leía: “NO. QUIEN HA MUERTO ES NIETZSCHE. (Dios)”.

     Los verdaderos valores no han muerto. Están al alcance de la mano…

Comentarios