La segunda mitad del siglo XX fue testigo de
grandes transformaciones en la vida de las personas. Algunas de esas
transformaciones trajeron como resultado una notoria mejora en la calidad de
vida. Otros cambios fueron menos favorables.
En el aspecto moral pareciera que las sociedades se
apartaron de Dios. Prácticas, costumbres y conductas que otrora eran rechazadas
por contravenir la voluntad divina, hoy se consideran legítimas y se defienden
como derechos justificados en la libertad con que han sido dotados los hombres
por su Creador.
Cuando vemos la dirección que llevan los
acontecimientos mundiales y la pérdida de espiritualidad que ha pautado las
últimas décadas, es posible que nos cuestionemos qué podemos hacer al respecto.
Aunque tratar de aislarnos del mundo pueda parecer
una alternativa deseable, no resulta aceptable puesto que estamos en el mundo y
eso no lo podemos soslayar. Debemos estar en el mundo para ganar nuestro
sustento y el de nuestra familia. Precisamos del mundo para labrar en él
nuestra salvación temporal. Es aquí donde se nos ha mandado guardar nuestro
"primer estado". (Abr 3:24)
Aunque por doquier surgen ideas y contra-ideas que
propugnan grandes mejoras y justicia universal, éstas han resultado
insuficientes para traer la ansiada paz mundial. La pobreza va en aumento. El
hambre, la violencia, la inmoralidad, la injusticia y la vanidad se convierten
en una verdadera "plaga arrolladora" (DyC 5:19) que inunda la Tierra.
¿Qué hacer? ¿Cómo obrar? ¿Por dónde empezar?
Es entonces que vienen a la mente las palabras de
Pablo a los corintios: "Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para
anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de
sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a
Jesucristo, y a éste crucificado." (1 Co 2:1-2). Enfrascarnos en cualquier
otra actividad o concepción de vida que ignore a Jesucristo sólo nos restará
energías y nos privará de la recompensa prometida.
La exhortación del Señor responde de manera clara y
precisa aquellas tres preguntas. En una revelación dada por medio de José Smith
en junio de 1829, se le reveló a John Whitmer que "lo que te será de mayor
valor para ti será declarar el arrepentimiento a este pueblo, a fin de que
traigas almas a mí, para que con ellas reposes en el reino de mi Padre."
(DyC 15:6).
Llevar almas a Cristo es la clave; es lo que cada
uno de nosotros puede hacer para mejorar al mundo. No se espera de uno la
realización grandes hazañas ni que nuestro nombre alcance fama o popularidad.
Antes nuestra "predicación (debe ser) la voz de amonestación, cada hombre
a su vecino, con mansedumbre y humildad".(DyC 38:41)
Verdaderamente ésa "es la senda; y no hay otro
camino, ni nombre dado debajo del cielo por el cual el hombre pueda salvarse en
el reino de Dios" que no sea el de Jesucristo. (2 Ne 31:21)
Para empezar, podemos trabajar para llevar nuestra
propia alma a Cristo. Luego debemos ayudar a quienes nos rodean. Nuestro
ejemplo podrá mostrarles cómo llegar hasta Él. Nuestro servicio dará testimonio
de nuestro testimonio. Nuestro amor revivirá el amor en ellos. Nuestra paz
podrá iluminar la paz de los corazones angustiados que acepten oír el mensaje
de Cristo.
Después de instruir durante cuarenta días a los
Apóstoles, las últimas palabras del Señor antes de su ascensión testifican de
la importancia de centrar nuestra vida en proclamar la Salvación hasta donde
nos sea posible:
"Por tanto, id y haced discípulos a todas las
naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu
Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí,
yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén." (Mt 28:19-20)
Y en esta dispensación otra vez nos dice:
"Así que, sois llamados a proclamar el
arrepentimiento a este pueblo. Y si acontece que trabajáis todos vuestros días
proclamando el arrepentimiento a este pueblo y me traéis aun cuando fuere una
sola alma, ¡cuán grande será vuestro gozo con ella en el reino de mi Padre!
"Y ahora, si vuestro gozo será grande con un
alma que me hayáis traído al reino de mi Padre, ¡cuán grande no será vuestro
gozo si me trajereis muchas almas!" (DyC 18:14-16)
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